jueves, 25 de junio de 2015

25 de junio



Visión de la memoria

Una mañana de junio, demasiado temprano 
para despertar, pero tarde para volver a dormirse. 

Tengo que salir al verdor que está lleno 
de recuerdos, y ellos me siguen con la mirada. 

No se ven, se funden totalmente 
con el fondo, camaleones perfectos. 

Estoy a un paso de oírlos respirar 
pero el canto del pájaro ensordece.


Thomas Tranströmer.





Resumen del día: agotamiento, cansancio, flojera, somnolencia, tristeza…pero hay dos cosas que me despertaron: el emocionante discurso de Vincent Lindon al recibir la Palma de Oro en Cannes, como mejor actor por La loi du marche, y un artículo de Leila Guerriero llamado ¿Dónde estás?

He pensado mucho en la dos cosas en las última horas, he pensado en mi padre, he pensado en mi madre, que también se ponía minifaldas, como la madre del artículo de Leila.  Como el padre de Vincent, mi padre ya no está, y es verdad lo que dice, “quiero recordar a mi madre que ya no está y a mi padre que ya no está. Y cuando pienso que he hecho todo esto para que ellos me vieran y ellos no están. Voilà". Conmovedor por su forma de decirlo, por su sensibilidad.  (Todo esto me lleva a otra idea sobre los hombres que me gustan y Carolina de Mónaco, algún día lo haré)


Ahora hace quince años que mi padre no está, y yo, como Vincent Lindon, llevo toda la vida haciendo las cosas para que él las viera; y ahora el ya no está. Hace mucho tiempo que no está; no ha visto cómo he trabajado, cómo aprobé unas oposiciones, cómo durante un tiempo tuve una vida más o menos estable, cómo luché por hacer cosas que me gustaban (mientras me ganaba la vida), cómo he hecho este blog, cómo he publicado fotos, cómo me he hecho aún más fuerte. Ni cómo lo echo de menos. Él no está para ver nada.

Vincent Lindon tiene cuatro años más que mi padre cuando nos dejó y ese aspecto de hombre trabajador, de hombre que ha trabajado toda su vida. Vincent Lindon tiene ahora su recompensa. Mi padre trabajó toda su vida y se la arrebataron en unos segundos. Mi padre no tuvo su recompensa. Y yo he hecho cosas y hago cosas que él no ha podido ver. Y mis hermanos han hecho cosas y hacen cosas que él no ha podido ver. Todos hemos hecho cosas que él no ha podido ver. Esa sería su recompensa, y como Leila Guerriero, yo no aplaudo pero escribo “para no gritar o para no morirme o la dos cosas”.






Parecido terminal

La última vez que vi a mi padre, ambos hicimos la
misma cosa.
Él estaba de pie en la puerta del salón
esperando que yo terminase de hablar por teléfono.
que no estuviera señalando su reloj
era un signo de que quería conversar.

Para nosotros, conversar era siempre lo mismo.
Él decía unas cuantas palabras. Yo respondía con otras.
Eso era todo.

Fue a finales de agosto, hacía mucho calor, había mucha
humedad.
junto a la puerta de al lado, los albañiles vertían grava
nueva en el camino de entrada.

Mi padre y yo evitábamos quedarnos a solas;
no sabíamos cómo conectar, cómo entablar una
conversación cualquiera.
No parecía haber
otras posibilidades.
O sea, que aquello era especial: cuando un hombre se
muere,
tiene un tema.
Debía ser muy pronto aún. Calle arriba y calle abajo
los aspersores se iban encendiendo. La camioneta del
jardinero
apareció al final de la manzana,
luego se detuvo,  aparcó.

Mi padre quería contarme cómo era morirse.
Me dijo que no sufría.
Me dijo que se anticipaba al dolor, que lo esperaba, pero
que no llegaba nunca.
Tan sólo sentía cierta debilidad.
Le dije que me alegraba por él, que era un hombre con
suerte.
Algunos maridos subían al coche, iban al trabajo.
Gente que ya no conocíamos de nada, familias nuevas
con hijos pequeños.
Las mujeres, de pie en los escalones, gesticulaban
llamando a alguien.

Nos dijimos adiós como de costumbre,
sin abrazarnos, sin dramatizar.
Cuando el taxi llegó, mis padres me miraron desde la
puerta de entrada,
cogidos del brazo. Mi madre lanzaba besos, como
siempre,
porque le da miedo que una mano no se use.

Pero mi padre no se limitó a a quedarse allí, de pie.
Esta vez me dijo adiós con la mano.

Y yo hice lo mismo, desde la puerta del taxi.
Agité mi mano, como él, para disfrazar el temblor.

Louse Glück. Ararat






domingo, 21 de junio de 2015

¡Ese café es mío!



Quien me conozca, sabe que me gusta el café. Quien me conozca, sabe que me gusta tomar un café el sábado por la mañana leyendo el periódico. Quien me conozca, sabe que es en el Hércules. La otra mañana estaba saboreando el primer sorbo cuando comenzó a sonar El animal, una canción de Franco Battiato. La había escuchado más veces, pero me llamó la atención, tal vez porque tenía un café entre mis manos.  Sin darme cuenta  (aunque quizás lo hiciera de manera inconsciente) comencé un diálogo con el cantante:



F: Vivir no es muy complicado
E: No estoy de acuerdo-repliqué-, a mí, me parece bastante lioso.
F: Si puedes renacer después y cambiar varias cosas…
E: Tampoco coincidimos. Hay que vivir ahora-Battiato me miró y la sombra de su nariz se proyectó sobre su rostro en un gesto que no sé si era de incomprensión o de asombro, pues claramente él no estaba allí.
F: Las frivolidades y tanta estupidez…
E: Sí, eso sí, habría que acabar con esas cosas-comenté. Él sonrió pero continuó cantando.
F: Mientes, tú mientes bien.
E: No comencemos, por favor.
F: Cuando te tengo junto a mi, tú me das la razón.
E: No siempre, lo sabes-él se encogió de hombros, pues además  de no haber sido presentados, se dio cuenta de que yo dialogaba con otro persona, no sé quién, a través de la letra de su canción.
F: Y quisiera decirte que prefiero estar solo.
E: Sabes que eso es imposible.
F: y el animal que yo llevo dentro…
E: ¿Soy yo?-pregunté.
F: No me ha dejado nunca ser feliz-inclinó la cabeza con un gesto de nostalgia, pero ¿quién era?
E: Eso depende de ti
F: Me roba todo, hasta el café
E: ¡Con lo que a mi me gusta!
F: Me vuelve esclavo de mis pasiones
E: Las pasiones-dije incorporándome-no pueden ocultarse. ¡Jamás!
F: Sin desistir jamás y nunca espera-él hizo un gesto con la mano para que permaneciera sentada.
E: La impaciencia
F: Y el animal que yo llevo dentro te ama a ti.
E: Y yo me odio, y quizás todo se une en la misma persona, como me pasa con otros.
F: Dentro de mí, chispas de fuego y el agua que lo apagará. Si quieres ver cómo arde, espárcelo en el aire o déjalo en la tierra. Y el animal…




Acabó la canción.  Quizás, fui yo-o el animal que llevo dentro-quien le dio al stop. Franco Battiato había dejado una sonrisa en el aire  y yo- o el animal que llevo dentro de mí-se había acabado el café.

Por eso ahora, cuando ha empezado el verano, me apetece otro café, un granizado de café: es delicioso, frío y ahora no, no voy a dejar que me lo roben.



domingo, 7 de junio de 2015

Los quiero que quiero












El próximo 10 de junio se inaugura una exposición de Louise Bourgeois en el Museo Picasso de Málaga. Burgeois es de sobra conocida por todos y algunos afirma que es “una de las mujeres más importantes del arte contemporáneo”. La artista nació en París, aunque gran parte de su trayectoria artística la desarrolla en Nueva York, donde fue protagonista de su primera retrospectiva cuando tenía 71 años, en 1982. En aquella retrospectiva, como en esta del Museo Picasso de Málaga, se exponían: pinturas, esculturas, dibujos, instalaciones; un leguaje rico y poético, un lenguaje propio en el que aborda: la infancia, la angustia, la maternidad, la sexualidad, la frustración… Ella misma reconocía que todos sus trabajos de los últimos cincuenta años tenían su origen en la infancia, como decía yo en el post anterior, “nuestra patria es la infancia”.






La artista era una entusiasta de las listas: fracasos, temores, lista suicida y una como ésta con “los quiero que quiero”. Yo quiero muchas cosas, lo quiero todo y ahora, pero también quiero otras, quizás no tan inmediatas, como las que me he atrevido a colocar aquí.

He dicho que quiero sandía y por eso os traigo para la ocasión esta receta tan de verano, tan refrescante, tan mía. Que la disfrutéis.