domingo, 24 de abril de 2011

Galimatías gastronómico

 
Sobre Brueghel el Viejo (1525-1569) ya he hablado en otras ocasiones, de manera que es innegable mi preferencia por el de Breda. Gracias a las profusas imágenes que nos regala podemos deleitarnos con muchas de sus obras que están hechas para observarlas detenidamente fijándonos en cada detalle.
La protagonista esta vez es La batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma, un lienzo del año 1559, que hoy podemos contemplar en el Museo de Historia del Arte de Viena. En el aparece una lucha rural entre el goce y el devoción en cada una de las mitades del cuadro. En la parte izquierda aparece una taberna rodeada de hermosos cerveceros que parecen celebrar el carnaval; en cambio en la parte derecha aparece una iglesia rodeada de devotos abanderados por una delgada mujer que representa la Cuaresma; bordeada de alimentos típicos de esta época que hemos dejado atrás, como mejillones, miel, arenques y pretzels. Estos últimos son una especie de galleta salada de origen alemán, al parecer y más exactamente de Baviera cuyos primeros inicios están relacionados con festividades celtas.

Anterior a la pintura y representando el mismo tema podemos encontrar un fragmento en El libro del buen amor del Arcipestre de Hita y, desde luego, más tarde la dicotomía entre estas dos maneras de enfrentar la vida ha sido plenamente tratada. La abundancia o la escasez…
Hoy es el día que dejamos atrás la Cuaresma, época de ayuno, de sacrificio, es verdad, pero sin este no volveríamos a ver la comida como un verdadero placer y disfrute, a sentirla con los cinco sentidos. Durante el ayuno las ideas abundan, los ingredientes permitidos se combinan de formas hasta entonces inauditas, aguza nuestro ingenio e intentamos huir del aburrimiento… con uno pocos ingrediente conseguimos ser originales aunque sea simplemente en la forma.

Y la forma importa porque es precisamente la que le da nombre: pretzel, que proviene de la palabra alemana “brezel” derivada del latín “bracellus” cuyo significado es brazo pequeño puesto que recuerda a unos brazos entrelazados, unos brazos rezando.

domingo, 17 de abril de 2011

"¿Quién pudiera retenerlas?"

Claudio Rodríguez nació en Zamora en 1934. Su infancia fue dura: su padre murió cuando el tenía 13 años y desde entonces se dedicó  a la administración de fincas; su refugio fue la literatura y las largas caminatas. Empezó a leer de forma compulsiva y marcha a Madrid para estudiar Filología Románica. A los 18 gana el premio Adonáis  con Don de la ebriedad; continúa escribiendo, se licencia e inmediatamente se marcha a Inglaterra como lector. Allí descubre a los románticos ingleses, sobre todo de Dylan Thomas cuyas huellas pueden percibirse en los versos del poeta español. Volvió a Madrid donde se dedicó a la enseñanza universitaria. Durante ese tiempo, vivió un momento feliz, recibió el merecido reconocimiento público con el Premio Nacional de Poesía y con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Murió en 1999 en Madrid, es un poeta del siglo pasado, pero como todos los grandes, siempre contemporáneo.


A LA NUBE AQUELLA

Si llegase a la nube pasajera
la  tensión de mis ojos, ¿cómo iría
su resplandor dejándome en la tierra?
¿Cómo me dejaría oscurecido
si es clara su labor, y su materia
es casi luz, está al menos en lo alto?
¡Arrancad esa límpida osamenta
dejando ver un corazón aéreo,
fuerte con su latido de tormenta!
Qué vida y muerte fulminantes. ¡Sea
También así en mi cuerpo! ¡A puro asalto
cobrádmelo, haced de él vuestra faena!
Si se acercase a mí, si me inundara
la vida con su vida tan intensa.
No lo resistiría. Pero, ¿acaso
alguien es digno de ello? ¿No se esfuerza
la nube por morir en tanto espacio
para incendiarlo de una vez? Entrega,
palabra pura de los cielos, himno:
suena como la voz del hombre, suena
y pasa, pasa así, dinos tu viva
verdad en esta clara hora terrena,
en esta oscura vida que huye y pasa
y nunca en ello podrá ver la inmensa,
sola alegría de aquí abajo, nube,
alma quizá en que un cuerpo se serena.

¿Y dónde están las nubes de otros días,
en qué cielo inmortal de primavera?
El blanco espacio en que estuvieron, ¿siente
aún su compañía y va con ella
creando un nuevo resplandor, lo mismo
que a media noche en la llanura queda
todo el impulso de la amanecida?
Lejos de donde el hombre se ha vendido,
Aquel granero, ¿para qué cosecha?
Oh, nube que huye y camina a cada instante
como si un pueblo altísimo de abejas
fuera allí trabajando a fuego limpio.
Nube que nace sin dolor, tan cerca.
¡Y vivir en el sitio más hermoso
para esto, para caer a tierra
o desaparecer! No importa cómo
pero ahora, la nube aquella, aquella
que es nuestra y está allí, si no habitarla,
ya, quién pudiera al menos retenerla.

 
Claudio Rodríguez, Conjuros, en: Poesía Completa (1953-1991), Barcelona, Tusquets, 2001. 
Las nubes, me persiguen las nubes, persigo a las nubes, me encantan las nubes “¿quién pudiera al menos retenerlas?” Cuando somos pequeños e incluso también mayores en estos días de primavera una de las mejores cosas que podemos hacer es mirar las nubes, pensar las nubes, también vivirlas ¿qué forman tienen las nubes? ¿qué nos traen las nubes? Siempre son pasajeras, siempre son diferentes, siempre cambian: unas  nubes oscuras, una blanca y ampulosa, una de primavera, otra de invierno y verano y la del otoño pesada y a la vez ligera. Como estas nubes/galleta, iguales pero diferentes, similares pero con matices. Nada es siempre lo mismo aunque tenga el mismo aspecto y eso es algo que aprendemos en cocina: el mismo plato no tiene nada que ver con otro con los mismos ingredientes.

Las nubes son los sueños, perseguimos los sueños, buscamos el bienestar, el refugio que nos da la satisfacción de alcanzar lo que hemos buscado y deseado. Ese rato de felicidad y el esfuerzo que conlleva es nuestra plenitud. De la misma manera, estas nubes comestibles consiguen proporcionarnos un rato confortante, reconstituyente; sentimos el consuelo, la complacencia y el entusiasmo del trabajo bien hecho a base de esfuerzo. Por eso, estas nubes (como las de primavera) solo duran un instante, se deshacen, desaparecen pero siguen siendo imborrables, infinitas y eternas. De forma que yo sigo… persiguiendo mi nube.

*El molde para hacer las nubes y gran parte de mi inspiración vienen de una magnífica chica canadiense llamada Nikole Herriot.

domingo, 10 de abril de 2011

Revelación cuquinaria

Cuatro bodas y un funeral es una película británica, sobradamente conocida, dirigida en 1994 por Mike Newell. En ella se nos cuenta la historia de  un grupo de amigos que se reúnen continuamente para ir a las bodas de otros porque  ellos nunca se casan. En uno de los enlaces todo se torna gris por  la muerte de uno de los componentes del grupo. En su funeral, su pareja dice unas palabras sobre el fallecido, Garreth y  recita un maravilloso poema de W. H. Auden, que bien merecería otro comentario y otra reflexión (en otra ocasión). En el discurso funerario, Mathew  dice: “Recordad su espléndida hospitalidad y su extraña cocina experimental; la receta del pato con bananas, afortunadamente, se ha ido con el a la tumba. Casi todos, me habéis hablado de su enorme capacidad para la alegría y cuando estaba alegre de su agudeza y capacidad. Espero que lo recordéis alegre…” Esa cocina experimental revela la personalidad del cocinero: expansiva, alegre, calurosa, espléndida, radiante… en una palabra: pletórica. La cocina también es todo esto: una forma de expresarse, una forma de sentir; el cocinero deja parte de su personalidad en el plato. Así, un simple guiso del día no siempre es el mismo y tampoco siempre sabe igual. ¿Cocinamos todos igual? ¿Refleja nuestra cocina nuestro gusto? ¿Comemos todos igual? Tengo la impresión de que cualquier persona que dedica un tiempo de su vida a la cocina tiene su propia forma de trabajar por mucho que le hayan enseñado, por mucho que haya leído y por mucho que siga las instrucciones de la receta; siempre queda un rastro de su personalidad, una huella. Podemos llegar a ser muy generosos o muy metódicos en la mesa de trabajo, estrictos con lo ingredientes o flexibles y experimentadores, de forma que nuestros comensales descubran nuestros gustos e incluso anhelos, nos confesamos, nos hacemos transparentes en nuestra forma de cocinar. Por eso, este brownie de chocolate y remolacha podría haber sido hecho por Garreth; una receta sorprendente, exótica e imaginativa.

En la película participan como protagonistas Hugh Grant (que se dio a conocer por esta  historia) y Andie MacDowell; el primero llegó incluso a recibir el Globo de Oro como mejor actor por el filmE; además, Cuatro bodas y un funeral estuvo nominada al Oscar como mejor película, y por supuesto, no podemos olvidar su banda sonora que da un repaso por diferentes artistas como Elton John, Barry White, Gloria Waynor y Wet Wet Wet con Love is all around.

A los que no la habéis visto, ¿sabéis quién es Garreth? Quién, si no, podría haber hecho una receta similar...