domingo, 27 de marzo de 2011

El esplendor de lo cotidiano

Desde el 1 de marzo y hasta el 29 de mayo se desarrolla  en el Museo del Prado de Madrid  una exposición sobre Jean Simeon Chardin. Nació en 1699 en el seno de una familia humilde en París, donde también murió en 1779. Su primera formación fue de artesano, quizás por eso su carrera ha sido tan sobresaliente y original. Sus primeros trabajos fueron bodegones (La Raya, por ejemplo, con el que ingresa en la Real Academia de Pintura y Escultura) aunque también realizó escenas de género realmente maravillosas, que en esa época se consideraban superiores, como Pompas de jabón o La bendición y en los momentos finales de su vida algunos delicados pasteles.
Caldero de cobre rojo estañado, pimentero, puerro, tres huevos y cazuela colocados en un mesa (1732)
   
Muchacha con raqueta
Chardin destaca por su personalidad irreductible a las modas de la época: en un siglo en el que surgen figuras como Boucher y Fragonard, que realizaban obras en las que los elementos centrales estaban constituidos por el espectáculo  y el movimiento, nuestro pintor sabe recogerse y es ese recogimiento lo que precisamente sobresale, no busca lo llamativo o espectacular sino que sabe encontrar lo extraordinario en la realidad cotidiana, en lo que cualquiera de nosotros ve todos los días sin prestarle la más mínima atención. Chardin sabe afirmarse contra las corrientes de la moda. ¿No es esto lo que hacen los grandes artistas? ¿No se encierra ahí la esencia de lo clásico?
Todo esto emana de cada uno de sus cuadros, algo que descubre ya Diderot (uno de los primeros críticos de arte) en los Salones y que nosotros podemos disfrutar en algunas de las escenas que vemos. Tanta es la quietud que nos sumergimos dentro, como si todo se olvidara, con los objetos cotidianos nos transmite la belleza con mayúsculas, la sencillez de lo bello, la grandeza de lo insignificante para entrar en un sueño: una enorme cocina llena de cacharros y algunos sencillos ingredientes para experimentar y sacar a la luz lo que hay en ellos de noble y sublime.
Autorretrato
Así que lo sublime se encuentra en lo cotidiano, la vida es estupenda por ser vida no por todo el espectáculo que la rodea. La mesa de madera, el mantel blanco, el brillo del caldero, el simple y humilde pan, estos sencillos huevos con puerros…todo resplandece porque es real y en eso consiste el arte: en ofrecernos lo más real de la realidad porque como decía Saint-Exupéry “lo esencial es invisible a los ojos”…¿serán los sabores?

sábado, 19 de marzo de 2011

"Mi inventario de nostalgias"

Con Una casa para siempre comienza el nuevo libro de Enrique Vila Matas titulado Chet Baker piensa en su arte. Una casa para siempre es uno de los relatos que componen el volumen compuesto de historias breves escritos por el autor entre 1988 y 2010.

Me parece que no es necesario incidir en mi adoración por este autor catalán, (puesto que ya le he dedicado algunas entradas en el blog). El pasado 4 de marzo salieron algunos libros nuevos (fundamentalmente, recopilaciones de pequeños relatos) como el que nos ocupa hoy. El primer texto, que no recordaba, me dejó  impactada. La historia tiene como protagonistas al autor y a su padre y transcurre cuando el segundo se encuentra en su lecho de muerte. En ese momento crucial el padre le cuenta al hijo la historia de su madre, una mujer extraña: coleccionista de panes y amante del ejército, algo de lo que comienza a darse cuenta en la luna de miel. El viaje sucede en Turquía donde la madre se siente trastornada por esos panes planos (como el “pan pide”) tan típicos de esta región y tan ambigüo (mitad pan mitad pastel salado) como el propio texto. La narración continúa hasta un final maravilloso, que me voy a permitir escribir aquí (en la página web del autor podéis encontrar las primeras treinta página del libro, por tanto, también este relato)
 “Lo único que yo, a estas alturas del relato, comprendía perfectamente era que mi padre, en una actitud admirable en quién está al borde de la muerte,  estaba inventando sin cesar,  fiel a su constante necesidad de fabular. Ni la proximidad de la muerte le retraía de ese gusto por inventar historias. Y tuve la impresión de que deseaba legarme la casa de la ficción y la gracia de habitar en ella para siempre, Por eso, subiéndome  en marcha a su carruaje de palabras, le dije de repente:

    -Sin duda me confunde usted con otro. Yo no soy su hijo. Y en cuanto a tía Consuelo no es más que un personaje inventado por mí.

Me miró con cierta desazón hasta que por fin reaccionó. Vivamente emocionado, me apretó la mano y me dedicó una sonrisa feliz, la de quien está convencido de que su mensaje ha llegado a buen puerto. Junto al inventario de nostalgias, acababa de legarme la casa de las sombras eternas.

Mi padre, que en otros tiempos había creído en tantas y tantas cosas para acabar desconfiando de todas ellas, me dejaba una única y definitiva fe: la de creer en una ficción que se sabe como ficción, saber que no existe nada más y que la exquisita verdad  consiste en ser consciente de que se trata de una ficción y, sabiéndolo, creer en ella.” 
Aquí tenéis un buen ejemplo para descubrir la genialidad de un autor que mezcla el ensayo con la novela, realidad y ficción, lo excéntrico, lo raro… demostrando en cada uno de sus libros y, por cierto, también en sus artículos publicados en algunos diarios españoles, gran parte de su ingenio.

Más allá de ello, (y creo que mi pasión es obvia) estas palabras a las que me refiero, ha despertado en mi ciertos recuerdos, sentimientos y pensamientos  siempre cercanos y presentes con gran intensidad.

Quizás este no es un pan pide, quizás no he contado el argumento del cuento, quizás la madre del protagonista no coleccionaba panes (especialmente durante su viaje a Turquía) y es una simple excusa para hacer la receta, quizás Vila Matas no es uno de mis autores preferidos quizás nada de esto es verdad… pero, es seguro, que yo tengo mi “mi inventario de nostalgias y mi casa de las sombras eternas” donde me refugio en estos días desapacibles.

sábado, 12 de marzo de 2011

Cualquier tiempo pasado...fue mejor

Fresas salvajes (Smultronställe) es una de las películas más importantes en la carrera de Igmar Bergman, una resumen de todas sus inquietudes y temas. Bergman es un director de sobra conocido por sus obsesiones y su filmografía está repleta de éxitos como El séptimo sello, Persona, Sonata de otoño y Secretos de un matrimonio. Fresas salvajes fue realizada en el año 1957 y narra la historia de un profesor que realiza un viaje desde Estocolmo a Lund se trata de un viaje en sentido pleno, el que conocemos desde Homero: no sólo físico sino también espiritual.

El  profesor, llamado Isak Borg, se encuentra en un momento avanzado de su vida, ha visto como la mayor parte de ella ha pasado, queda a sus espaldas: tiene más pasado que presente; acude a Lund para recoger un premio universitario, lo nombran doctor honoris causa; por esto, por un sueño anterior al viaje y por hacer parada en la casa donde pasaba sus vacaciones, Borg analiza su vida profesional, repleta de éxitos, y la personal, con algunos fracasos. Se da cuenta de la importancia de las relaciones con los seres queridos y siente nostalgia por una vida pasada y malgastada, yo diría: “cualquier tiempo pasado” como decía Jorge Manrique en Coplas a la muerte de su padre. Algo que nos remite a nuestra infancia como nuestra verdadera patria, al hecho de que somos nuestra memoria y sin nuestros recuerdos no seríamos las mismas personas.
La película puede tener cierto tono pesimista o negativo aunque con un final esperanzador: el profesor se despide de su pasado, lo deja atrás (se despide, en otro de los sueños, de sus padres), ahora está dispuesto a mirar con valentía al frente, hacia el presente.
De manera que Fresas salvajes enlaza varios extremos de la vida: la infancia y la muerte, el sueño y la vida, la fantasía y la realidad; para avisarnos y hacernos reflexionar sobre nuestra existencia, como decía Lennon “aquello que nos pasa mientras hacemos otros planes”.
Por eso, este helado de fresa bien podría representar la infancia, el sueño y la fantasía, lo positivo; ¿puede haber algo mejor que un helado?, para mí este helado, es ,desde luego, la infancia: cuando sólo queríamos comer un helado y dejar todos los demás manjares de nuestra madre, cuando nos dejábamos llevar por el dulce, por los bellos y llamativos colores, sin preocupaciones, sin deberes, en un verano largo y caluroso, cuando un helado de fresa representaba el premio que estábamos esperando y disfrutábamos de él como si no volviéramos a poder probar otro porque (y esto lo digo yo en este momento): “cualquier tiempo pasado fue mejor” .

domingo, 6 de marzo de 2011

Puro apetito

Es la primera vez que comento en este espacio algo de arte contemporáneo y aunque resulta bastante incomprendido  y criticado, creo que hay artistas, como Marina Abramovic, que bien merecen hacer un esfuerzo.
Marina Abramovic nació en Belgrado (Yugoslavia) el 30 de noviembre de 1946, estudió Bellas Artes en esta misma ciudad y a partir de los años 70 comienza a ser conocida fundamentalmente por sus performances (una muestra escénica, muchas veces con un importante factor de improvisación, en que la provocación o el asombro, así como el sentido de la estética, juegan un rol principal). Abramovic es la única de los artistas que realizaron esta técnica que se encuentra activa profesionalmente, de hecho, ella habla de si misma como “abuela del arte de la performance”.
 
 
Su trabajo ha evolucionado: ha pasado de trabajar el “body art”( el arte corporal, un estilo enmarcado en el arte conceptual, de gran relevancia en los años 60 en Europa y, en especial en Estados Unidos. Se trabaja con el cuerpo como material plástico, se pinta, se calca, se ensucia, se cubre, se retuerce... el cuerpo es el lienzo o el molde del trabajo artístico) a más recientemente expresarse a través de la fotografía. En esta última tendencia podemos situar la serie de la que quiero hablar hoy llamada: “La cocina. Homenaje a Santa Teresa”. Me refiero a nueve fotografías y un vídeo que fueron realizados en las cocinas de La Laboral de Gijón y han sido expuestas en la céntrica galería La Fábrica de Madrid. La artista se ha basado en la vida de la santa abulense y sus experiencias con la levitación: "Aunque el éxtasis nos trae el gozo, la debilidad de nuestra naturaleza al principio nos asusta y necesitamos ser resolutivos y valientes de alma... Ocasionalmente he podido resistirme, pero a coste de un gran agotamiento, por lo que luego me sentiría como si hubiera estado luchando con un gigante poderoso. Otras veces, la resistencia ha sido imposible: mi alma se ha ido, es más, como una norma mi cabeza tampoco sin mí puede evitarlo; a veces mi cuerpo entero ha estado influido hasta el punto de ser elevado desde el suelo. Parecía que cuando intentaba resistirme una gran fuerza me levantara. Confieso que me metía de lleno un gran miedo, un gran miedo es más al principio: viendo un cuerpo que se eleva de la tierra, aunque el espíritu se detiene (con gran dulzura como sin resistencia), los sentidos no se pierden; al fin era tanto yo como poder ver que estaba siendo elevada... Después el éxtasis se terminó, Tengo que decir que mi cuerpo parecía a menudo flotar, como si todo el peso hubiera ido, tanto que de vez en cuando apenas supe que mis pies tocaban el suelo..."
 
Para Marina este trabajo representa mucho más, ella se crió en la cocina de su abuela (sus padres eran activistas comunistas y la dejaron al cuidado de ella) y por lo tanto, esa estancia es muy importante. Un lugar, según Abramovic, donde se unen la fuerza divina y la realidad de lo cotidiano, donde se habla de sueños, secretos y rituales. Como podéis ver encontramos imágenes variadas: una de la artista cocinando, una naturaleza muerta con los tres alimentos místicos: agua, sal y sangre, una levitando o el vídeo donde sostiene un cuenco de leche símbolo de la nutrición, y la pureza. 
 
En todas y cada una de las piezas resuenan ecos de grandes artistas desde Zurbarán y sus bodegones hasta el tenebrismo del excelente Ribera, Vermeer o Caravaggio. Porque tanto en la cocina como en el arte el pasado está en el presente.