domingo, 21 de diciembre de 2014

Los frutos de la tierra




Hay  algo que tienen en común esta foto y esta receta: el cristal. El cristal como algo que separa el mundo de los sueños del mundo aparentemente real; pero ¿acaso nuestros deseos no forman parte de la realidad y, en ese sentido, no son reales? ¿No son nuestros sueños los que nos impulsan? El cristal parece transparente,  pero detrás de él todo se ve de manera diferente, con otro color y con otro brillo.  Estamos ahí, frente a algo que se encuentra casi al alcance de nuestra mano; por una paradoja, sin embargo, nos parece muy distante. Quizás sólo hace falta tener coraje y dar un pequeño paso en la dirección de nuestros sueños. Además, el cristal nos permite ver nuestro reflejo, nos deja observarnos. ¿Cuáles son realmente nuestros sueños? ¿Nuestros deseos son de verdad nuestros?


            En cuanto vi esta receta quedé prendada, igual que con el Christmas boy, retratado por el gran Richard Avedon en esta fantástica foto: la cara de deseo, de entusiasmo, la atracción irresistible por algo que está más allá del alcance inmediato de la mano. Enseguida supe que iba terminar haciendo la receta (yo he hecho una versión salada): un terrario es un pequeño ecosistema de plantas y tal vez nuestra vida se asemeje a una pequeña constelación de sueños si es que estamos despiertos. El cristal, esa delgada lámina de sílice, separa la vigilia del sueño, pero he pensado que quizás somos más nosotros cuando soñamos.


            Avedon es un fotógrafo americano de origen judío, cuya carrera comenzó en los años cincuenta. Llegó a ser director de fotografía de Harpers Bazaar y trabajó con Vogue, Look y otras muchas revistas de moda. Se hizo célebre por dar un aspecto personal a los editoriales de moda: los modelos dejaban de estar encorsetados y se sentían libres. Siempre utilizó el gran formato para sus trabajos, en uno de los más conocidos, In the american west, retrató a los personajes que no escribirían la historia de su país.


            La receta de hoy es un poco paradójica, pues podemos comerla o dejarla sobre la mesa como un elemento decorativo. O tal vez como sorpresa, pues la belleza nos alimenta y podemos dejar este terrario en mitad del mantel, pero sólo por unos minutos… hasta que removamos los ingredientes para comerlos. Siempre es la tierra la que nos alimenta.


         
   Pero hay algo más en común entre la fotografía de Avedon y la receta; algo que no se ve, algo que los impresionistas intentaron, a veces en vano, pintar y que siempre se nos escapa: el aire. Está ahí, rodeándonos. Sin él no seguiríamos vivos y, sin embargo, sólo lo percibimos cuando sopla. Sin duda, el cristal nos permite ver, pero también es una frontera, quizás ficticia, pues no separa: ¿quién puede distinguir en verdad la realidad de los sueños? ¿Sería yo misma sin mis sueños? El aire está a ambos lados del cristal y, si nos hacemos como ese aire—livianos, refrescantes—no tengo duda de que nuestros sueños, es decir, los deseos que nos constituyen realmente como personas, estarán más cerca de nosotros. Quizás nuestros sueños, esos deseos anclados profundamente en nuestros corazones, sean como ese aire: nos permiten respirar, nos dan vida y hacen que sigamos avanzando. El aire que sopla es común; hay estrellas dentro, pero también fuera. Los deseos nos alimentan, los sueños nos mantienen en pie. Quizás llegan días de romper fronteras, de permanecer como los centinelas, en pie sobre los límites. Y ahora pienso que  nosotros somos los que estamos dentro del terrario y que necesitamos abrir las puertas y salir. O tal vez necesitamos entrar y ser acogidos… Imaginad una puerta sin paredes. Acaso eso sea nuestra casa. Felicidades a todos.



domingo, 7 de diciembre de 2014

Al este del Edén








Algunas cosas me vuelven loca; un buen puñado están en este blog. Se me  van los ojos detrás de otras muchas. Hoy quiero mostraros algunas de ellas:

Sabéis que me encanta
Unos de mis imprescindibles en estas fechas. Soy adicta a estos.
Esta foto
Me anima en cuanto oigo sus primeros acordes
Comer a Totoro


En Al este del Edén quiero demostrarme que “tenemos la obligación moral de ser felices”. Buena semana.