domingo, 23 de marzo de 2014

"La única verdad de todo este derrumbe"*






Posibilidades

Prefiero el cine.
Prefiero los gatos.
Prefiero los robles a orillas del Warta.
Prefiero Dickens a Dostoievski.
Prefiero que me guste la gente
a amar a la humanidad.
Prefiero tener a la mano hilo y aguja.
Prefiero no afirmar
que la razón es la culpable de todo.
Prefiero las excepciones.
Prefiero salir antes.
Prefiero hablar de otra cosa con los médicos.
Prefiero las viejas ilustraciones a rayas.
Prefiero lo ridículo de escribir poemas
a lo ridículo de no escribirlos.
Prefiero en el amor los aniversarios no exactos
que se celebran todos los días.
Prefiero a los moralistas
que no me prometen nada.
Prefiero la bondad astuta que la demasiado crédula.
Prefiero la tierra vestida de civil.
Prefiero los países conquistados a los conquistadores.
Prefiero tener reservas.
Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.
Prefiero los cuentos de Grimm a las primeras planas del periódico.
Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas.
Prefiero los perros con la cola sin cortar.
Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.
Prefiero los cajones.
Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado
a muchas otras tampoco mencionadas.
Prefiero el cero solo
al que hace cola en una cifra.
Prefiero el tiempo insectil al estelar.
Prefiero tocar madera.
Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.
Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad
de que el ser tiene su razón.

Wislawa Szymborska. De "Gente en el puente" 1986. Versión de Gerardo 
Beltrán


Wislawa Szymborska es una vieja conocida pero me sigue sorprendiendo la cercana realidad de su poesía, la cotidianeidad irónica de sus versos. Siempre descubro algo nuevo en ella, siempre. Nació en 1923 y murió en febrero de 2012 con 88 años de edad, se hizo mundialmente conocida al recibir el Premio Nobel de literatura en 1996. En estos días me acuerdo mucho de ella y de otras...



Válgame el Cielo si osara imitarla, pero estas palabras dejan cosas en claro. 


Prefiero la fotografía.
Prefiero los amaneceres que son atardeceres. 
Prefiero la melancolía a la nostalgia.
Prefiero los almendros a las orquídeas
Prefiero tener a la mano papel y pluma
Prefiero responder a que no me pregunten. 
Prefiero el brócoli al solomillo.
Prefiero lo dulce a lo salado. 
Prefiero el café en taza grande para desayunar.
Prefiero las rayas
Prefiero tener en cuenta la posibilidad de que no todo fuera mentira.
Prefiero un "no sé" a la seguridad que me apabulla.
Prefiero el silencio a la palabrería.
Prefiero el original a la copia.
Prefiero lo sutil a lo más fuerte. 
Prefiero seguir adelante que parar. 
Prefiero ocho que ochenta.
Prefiero tropezar y levantarme
Prefiero correr que volar
Prefiero la ternura
Prefiero a Bartleby que a Oblomov.
Y aún así, prefiero hacerlo

*"la única verdad de todo este derrumbe" son unos versos del poema Lo que somos incluido en Los desengaños escrito por Antonio Lucas y ganador del Premio Loewe 2013. Lo que me atrae de este libro y de todos los poemas de Szymborska no es lo que yo pienso de ellos, sino lo que ellos dicen de mí. Espero que lo disfrutéis.



domingo, 16 de marzo de 2014

No es imposible, es la primavera


A veces el paso del tiempo restaura la vida porque nos ofrece una promesa de plenitud. Así vivo la primavera, por eso me ha llamado la atención la obra del artista israelí Ori Gersht que parece hacer resurgir una naturaleza muerta. Las explosiones, que suelen provocar destrucción, aquí crean belleza, destruyen lo que está muerto y le dan una nueva posibilidad, por eso hay que tener esperanza. El invierno que se aleja, ¿no detuvo la vida, no frenó su crecimiento? Sin embargo, el tiempo pasa y en vez de deteriorar lo que hay, parece ahora conducirlo a una nueva plenitud no repetida. Esto es lo que pone delante de nuestros ojos Ori Gersht: no un ciclo, sino el futuro. Lo único real es la esperanza porque sólo ella nos permite ver todas las posibilidades de este mundo.




¿No se recoge así el espíritu de la primavera? Esta hace retornar a la vida aquello para lo que parecía no haber esperanza. ¿Qué nos da la primavera? Una plenitud incesante, un futuro que no tiene final.



Gersht nació en 1967 y el destino de su pueblo parece haberle marcado profundamente, tanto en sus vídeos como en sus fotografías pueden entenderse como una esperanza de restaurar lo que ha sido destruido. Estudió en la Universidad de Westminster y actualmente imparte clases en la Universidad de Rochester, Kent. Imagino que un artista como Gherst intenta extraer algo valioso de la destrucción, esa es la razón de su trabajo, de su investigación como aquí, en Pomergranate, claramente inspirado en el pintor del siglo XVII Sánchez Cotán.



Este volver a nacer tiene también algo de vuelta a la infancia: chucherías, helados y a los ¡Peta Zetas! que realmente explotaban en mi boca.



Una vez más la belleza que nos rodea estalla antes nuestros ojos y en nuestra boca. Bienvenida primavera.


domingo, 2 de marzo de 2014

Lo prometido es deuda

          




  Lo siento: no pude robar un cuadro, pues eso era exactamente lo que pensaba traeros de Madrid; pero no lo he conseguido: el Museo Thyssen estaba demasiado lleno y, además, está la dichosa manía de la seguridad que me ha impedido llevar a cabo mis planes. Recordaba en el tren de regreso a Audrey Hepburn y a Peter O´Toole en Cómo robar un millón de la que ya os he hablado aquí.




            ¿Qué cuadro quería traeros? Aunque la elección era difícil, me decidí por El aparador porque está lleno de fruta, vino y bizcochos de soletilla, alimentos perfectos para una merienda. Claro que en Madrid he visto mil cosas; he ido a sitios encantadores; he abierto muchísimo los ojos, pero nunca tanto como frente a los colores de Cézanne: son hipnóticos, al menos en mí ejercen una atrayente influencia que es muy difícil evitar. Y no creáis, Bill Viola también me tentó; pero quizás en su quietud un lienzo o acuarela de Cézanne me lleva más cerca de vosotros: las pantallas tienen algo de frialdad que no me parece conveniente para regalar.

            Últimamente me obsesionan los bodegones. No sé por qué de un tiempo a esta parte aparecen por todos lados. Los del pintor francés son realmente especiales, porque introducen la naturaleza en el cuadro y no me refiero, como alguien podría pensar, sólo a la fruta… No, porque si nos colocamos delante del cuadro y lo observamos bien veremos uno de los paisajes predilectos del pintor francés, las montañas de St. Victorie, que pintó en múltiples ocasiones. Así, este bodegón no es sólo una composición sobre viandas, sino algo más: la naturaleza que entra en el aparador o, si lo preferís, el aparador como marco del universo natural. Ciertamente, todo se halla muy estilizado y se aprecia ya la tendencia de Cézanne a llevar los elementos naturales a sus formas geométricas básicas, una tendencia que irá creciendo con el tiempo y que hace del pintor francés un antecedente directo del cubismo si no el primer cubista. En una carta a Émile Bernard decía: “trate a la naturaleza mediante el cilindro, la esfera, el cono, todo puesto en perspectiva, de forma tal que cada lado de un objeto de un plano se dirija hacia un punto central.” Sin embargo, son los colores los que atraen mi atención: sobre la superficie del aparador, en marcado contraste,  el blanco del paño sobre el que reposan prodigiosamente los colores naranjas y amarillos; sobre otro blanco, en el que son las sombras las encargadas de crear una superficie reflejada sobre la piedra brillante del aparador, los bizcochos de soletilla con un color ligeramente diferente de las frutas que asoman por detrás. La copa, transparente y blanca al mismo tiempo, deja pasar la luz hacia la botella de vino, que es una sorpresa, pues el objeto adquiere su forma gracias  únicamente al color más denso del borgoña y a los reflejos de luz, que curvan la superficie plana. Arriba, sobre la repisa, otra vez los juegos de sombras, blancos y amarillos. Me maravilla que Cézanne haya sabido crear con tan pocos colores esa humilde explosión de luz en un mueble sencilla, situado en algún rincón de nuestras casas; no obstante continuaba diciéndole a Bernard: “la naturaleza, para nosotros los hombres, es más profundidad que superficie, de ahí la necesidad de introducir en nuestras vibraciones de luz, representadas por los rojos y lo amarillos, una cantidad suficiente de azules, para hacer sentir el aire.”





            Antes he dicho que he abierto muchísimo los ojos, pero ahora pienso que no me he expresado con precisión, pues más bien me han abierto los ojos todas esas obras de arte que he contemplado. Son ellas las que nos enseñan a mirar, pues aprendemos a ver siempre gracias a los ojos de los otros y sólo de esa manera alcanzamos nuestro propio modo de ver las cosas. En cocina nos pasa lo mismo: nos enseñan a comer, en principio, nuestros padres, y después vamos tomando nuestras propias decisiones y aparecen nuestras predilecciones. También nuestras vivencias y experiencias forman parte de nuestros gustos culinarios. En mi caso he buscado mucho, me he informado y me he dado cuenta de que como casi en todo (arte, fotografía, literatura, música, moda…), el contraste es lo que me seduce y cautiva; lo sé por mí misma: estoy segura cuando algo me gusta;  por ejemplo, me encanta esta receta de  No más de mamá, unos chicos rompedores. Su libro está lleno de recetas sorprendentes y de mezclas improbables, sabores que combaten entre sí y, precisamente, por eso me conquistan.