domingo, 30 de octubre de 2011

Quince minutos de fama


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Andy  Warhol (1928-1987) fue el tercer hijo de una familia obrera de Pittsburg (Pensilvania), originaria de Eslovaquia. Warhol comenzó su carrera como ilustrador y publicista, aunque muy pronto adquirió  importancia en la pintura y el arte por la notoriedad conseguida con los medios de comunicación.

Tanto él como Liechtenstein, cansados del arte emocional, del expresionismo abstracto, comenzaron una nueva etapa en la que el arte se convierte más en diseño industrial que  en la expresión de ideas y sentimientos. Se valieron para ello de las imágenes comerciales, que  reproducen con total precisión (envases de las sopas Campbell o Brillo, botellas de Coca-Cola, estrellas cinematográficas como Marilyn Monroe o Liz Taylor y cantantes, como Elvis Presley) utilizando la técnica de la serigrafía, además reproducen  las  imágenes sistemáticamente. Las Latas de sopa Campbell fue uno de sus primeros trabajos a principios de los años 60. Ya en esa década fue vendida por 10.000 dólares en una subasta en Sotheby’s (aunque esta pieza  ha llegado a alcanzar los seis millones de dólares). Se trataba de representar los objetos cotidianos: el artista decía que ese había sido el almuerzo más habitual a lo largo de su vida, de forma que lo transformaba en una obra de arte. Sus objetos de interés son banales, reconocibles por cualquier americano y los expone como una reproducción publicitaria para ridiculizar la sociedad de consumo.

Por eso he querido relacionar al representante del “pop art” con esta receta: se trata de un cuenco de sopa hecho de pan, comestible. El cuenco no es más que un contenedor de lo verdaderamente importante, la sopa. Es algo que llama la atención y sorprende rápidamente, un objeto impactante que nos lleva a olvidar el contenido y a hacer que nos detengamos solo en la presencia, en lo superficial. Algo que nos da “15 minutos de fama”. ¿Es esto arte? Warhol vio “el diseño publicitario como arte de verdad y el arte de verdad como diseño publicitario”. Durante sus primeros momentos el “popero” es la persona que nos enseña a ver los objetos cotidianos con otros ojos pero en poco tiempo se convierte en un comerciante que disfruta con todo aquello que puede venderse y le da dinero. Poco tiene esto que ver con el arte, yo prefiero “la aparición irrepetible de una lejanía…” y el “ carácter inaccesible”.

Esta manera de trabajar fue muy criticada y Warhol se convirtió en un personaje bastante polémico pues por todos los medios trató de burlarse de la cultura de masas y del “american way of life”; algo que se volvió en su contra.

Por otra parte Warhol se convirtió en el catalizador de otras ramas artísticas en su época: apadrinó a Jean Michel Basquiat, a The Velvet Underground (para John Cale diseñó la portada del disco Honi Soit), Roling Stones, Lou Reed Y David Bowie. Como decía se dedicaba al “negocio del arte” o ¿al “arte del negocio”?
Gracias a Katie Stearns por la traducción al inglés.

domingo, 23 de octubre de 2011

Es rubia, es Hitchcok y también es maravillosa.



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North by northwest ha sido conocida con nombres tan dispares como Con la muerte en los talones en España, o Intriga internacional en Lationomaérica. Es una película del año 1959 dirigida por Alfred Hitchcok y protagonizada por Cary Grant y Eva Marie Saint. Considerada una de las mejores en la trayectoria del director  (obtuvo tres nominaciones al Oscar), fue estrenada en el Festival de Cine de San Sebastián. Por supuesto,  también la recordamos por la magnífica banda sonora de Bernard Herrmann que tenemos asociada, por ejemplo, a la conocida escena de la persecución de Grant. no sería la misma en nuestros recuerdos.


Roger Thornhill (Cary Grant) es un ejecutivo al que unos espías han confundido con una persona importante, de manera que intentan secuestrarlo y ante la pericia de Thornhill la persecución nos mantiene in quietos toda la película. En una de las ocasiones en que intenta huir conoce a una atractiva mujer, Eve Kendall (Eva Marie Saint) que lo ayuda escondiéndolo en su compartimento del tren. Justo al conocerse mantiene una interesante conversación gastronómica con ella. “Nunca hablo de amor con el estómago vacío” dice ella en la versión doblada, aunque realmente decía otra frase (“Nunca hago el amor con el estómago vacío”), que la censura de Estados Unidos eliminó. Esa penosa institución está presente en alguna que otra escena. Además, la escena que sucede en la ONU hubo de ser rodada con cámara oculta debido a las prohibiciones de la organización para filmar en el edificio.


En su libro-entrevista con François Truffaut Alfred Hitchcocok definía ese elemento del argumento que se conoce como macguffin, para él, era  la excusa que mueve a los personajes en una película: los planos, la fórmula secreta o el microfilme y en Con la muerte en los talones  tenemos el macguffin llevado a su máxima esencia. Con la muerte en los talones representa el gusto por el absurdo de su director: escenas como la de la borrachera en la comisaría, la subasta de arte o la persecución del avión fumigador donde no hay nada que fumigar, permanecerán en nuestra memoria cinematográfica durante mucho tiempo porque es precisamente este es el éxito de la película: hacer una parodia de sí misma y del cine de acción o de espías; lo importante no es por qué corre Grant o por qué está borracho, sino que el espectador vibre y se entusiasme con las escenas, de manera que la identificación con el personaje pueda ser total.

De forma que también es posible ponerse en la piel de los protagonistas y pensar en los inicios de una relación, en la alegría de compartir alimentos, encontrar sabores, hallar ingredientes…todo esto me lleva a hacerme preguntas; ¿es tan importante la comida en el amor?, ¿tienen tanto en común? Si, es cierto que la comida puede transmitirnos unas sensaciones muy similares: la ternura, la delicadeza, la liviandad y la eternidad, la explosión y el arrebato. Algún plato en según qué situaciones puede reconfortarnos como un largo abrazo. Por eso, no se trata sólo de cocinar con amor, sino de que la cocina es también un lenguaje y estas tortitas de maíz con salmón y salsa de yogur pueden querer decir a nuestro amor que seremos tiernos y delicados como ellas, refrescantes y livianos como la salsa de yogur, profundos y eternos como el punzante sabor del salmón.

domingo, 9 de octubre de 2011

Yo no soy yo, yo era otro

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Inmre Kertész es un escritor húngaro que nació en 1929 en Budapest; por lo tanto, vivió toda la dureza de la II Guerra Mundial. Siendo un adolescente fue deportado primero al campo de Auschtwiz y más tarde a al de Buchenwald. Semejantes experiencias han marcado profundamente su  vida y su trabajo. Una vez finalizada la pesadilla de los campos de exterminio, volvió a Hungría donde comenzó a trabajar como traductor y periodista.


Su primera gran obra Sin destino (1975) fue silenciada por el gobierno de Hungría como el escritor ha reconocido amargamente en algún comentario a la prensa. Kertész no se dejaba vencer y seguía entregado a su pasión  a la vez que se ganaba la vida traduciendo al alemán. “Escribir me salvó la vida” ha dicho en varias ocasiones y su producción literaria tenía que ver fundamentalmente con la Shoah, la vergüenza, (también la de haber sobrevivido) la soledad y el aislamiento. Por sus obras podemos comprender cómo fue la literatura lo que lo salvó. El acto de escribir como proceso catártico en el que uno se juzga a sí mismo y con el que puede transformarse, convertirse en otro.


Hoy Kertész es uno de los mayores escritores europeos, ganador del Premio Nobel de Literatura en el año 2002. Ha llegado a ser una persona a cuya voz se le reconoce una especial autoridad moral, pues pese a las experiencias terribles que ha atravesado, sigue luchando por la vida desde la esperanza. Precisamente de estas realidades quisiera hablar hoy. He leído muchos de los libros de este autor, pero ha sido uno de los últimos que ha caído en mis manos, Yo, otro. Crónica del cambio, el que más me ha llevado a pensar sobre todo eso. El texto no tiene absolutamente ningún desperdicio; hay dos ideas que me obsesionan de este magnífico autor :


La capacidad para ser feliz tras haber sufrido mucho; de hecho, Kertész afirma  que “el padecimiento lleva precisamente a la felicidad” Algo totalmente admirable es el deleite que le provocan las pequeñas cosas como un pastel verde (podría ser este) que recuerda haber tomado trece años antes de escribir el libro en Berlín. Se siente obligado a ser feliz, como también decía Camus, pero ¿ante quien?: ¿ante nosotros mismos?, ¿ante Dios?


La ausencia de gratitud en el arte; Kertész reflexiona cuando escucha música y se da cuenta de que ese sentimiento brilla por su ausencia en esta materia. De ello se puede extraer una reflexión gastronómica: la cocina es puro agradecimiento. ¿No es eso precisamente por lo que hoy podría ser considerada arte? Cocinamos para los demás, queremos cuidarlos, que sean felices, que disfruten… y ellos deben agradecerlo con la alegría que nos devuelven ¿puede llamarse eso gratitud? ¿y no es, quizás, digno de agradecer? Como dice el autor: “…en definitiva, hemos de saber y, por tanto, hemos de vivir también como si alguien viera… no  a nosotros, no con nuestros ojos, sino a través de nuestras vidas.”

Gracias a Katie Stearns por la traducción al inglés.