domingo, 20 de mayo de 2012

La receta de la sinceridad






Carlos Fuentes ha sido uno de los escritores que más me ha entusiasmado: uno de sus libros me deslumbró y no pude parar hasta encontrar la mayoría de sus obras. Como sabéis, Fuentes, que ha fallecido la semana pasada y necesitaba escribir algo sobre él, siempre estamos en deuda con  los que admiramos.

Fuentes nació en Panamá, aunque es mexicano. Su padre era diplomático y fue embajador de carrera, función que ejerció Carlos Fuentes durante algún tiempo al aceptar en memoria de su padre el encargo de ser embajador en París. Estudió en Ciudad de México y una vez finalizada su formación comenzó a trabajar como periodista en la revista Hoy. Su vocación literaria no tardó en aparecer y con sólo 29 años publicó La región más transparente. Su obra es extensa  y variada (escribió novelas, cuentos, relatos, ensayo, teatro y guiones de cine) aunque hay algunas obras destacables como La muerte de Artemio Cruz, Los años con Laura Díaz…

En el año 2008 celebró el 50 aniversario de la publicación de La región más transparente y para conmemorarlo la Real Academia de la Lengua hizo una edición especial que está en mi humilde biblioteca guardada con especial cariño.


Se trata de una novela compleja con infinidad de personajes que retratan la diversidad social de la verdadera protagonista de la obra, la ciudad de México. La región más transparente está llena de monólogos interiores, pensamientos, discusiones políticas y escenas eróticas. Según Fuentes intentaba reflejar el momento en que “la realidad social se cruza con el destino personal”:  eso era lo que le interesaba.


La transparencia tiene esa cualidad: nos permite observar las cosas que tenemos tan cerca y en la que no nos hemos fijado. Igual que en La región más transparente nos adentramos en la sociedad mexicana de forma apasionante deteniéndonos en cada uno de sus escalones y peculiaridades, con estos caramelos nos damos cuenta de la belleza de un pétalo, del esplendor de una flor, de la perfección y el encanto de la naturaleza. 

El guía de la novela se presenta directamente, en pura transparencia: “Mi nombre es Ixca Cienfuegos. Nací y vivo en México, D.F. Esto no es grave” y nos lleva de la mano a través de esa ciudad en la que todo parece mezclado y confuso, pero que lo sitúa “en la religión más transparente del aire”. La transparencia nos permite ver a través de ella sin prescindir de ella. Si algo tiene la cualidad de transparente es que no nos oculta nada: permite que lo veamos todo, nos lo entrega con una generosidad desmedida, pues no se reserva nada para sí mismo.

En la cocina, sin duda, la sorpresa es una virtud y con frecuencia el secreto de un plato nos intriga; pero la transparencia también es una virtud y hasta me parece que puede ser el mayor de los secretos, pues como las veladuras de los buenos cuadros nos muestra todo sin desaparecer. En estos caramelos la transparencia es una cualidad positiva y no sólo por la pureza de los ingredientes, sino también porque nos permite disfrutar con la mirada lo que saboreará nuestro paladar, nos lo da todo sin prescindir de lo que es, nos ofrece la visión de la hoja invitándonos a disfrutar no sólo del sabor, sino también de la luz y el color. Quizás en estos caramelos transparentes se encierre la receta de la sinceridad, un secreto que está a la vista de todos.

domingo, 13 de mayo de 2012

El sabor de lo que fuimos




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Ignacio Elguero es un periodista y escritor nacido en 1964 que actualmente trabaja como director de radio Nacional de España. Es conocido fundamentalmente por su trabajo en el mundo periodístico: ha colaborado con muchos profesionales y en varios medios de comunicación.

Como poeta es bastante más conocido; su primer poemario data del año 1998 y desde entonces ha publicado varios. Ha recibido algunos premios como el Premio de Poesía Claudio Rodríguez. Recientemente, ha llegado a mis manos su última obra publicada por  Hiperión: Siempre. El siguiente poema está sacado de ella:

La tierra encendida

Hay un globo en mi cuarto.
Una bola azulada
salpicada de rojos, naranjas, amarillos.
Una esfera del mundo
con nombres de países,
de pueblos, continentes.

Pongo un dedo en el mapa y doy vueltas a la esfera.

Es un atlas que gira
iluminado,
como un mundo festivo
de colores, brillante, luminoso.

Esta tierra encendida
de  la infancia,
del tiempo de libélulas,
con sus mares azules del verano
es una estrella rota,
sin puntas, como todas. Una piedra apagada
que otra luz ilumina.

¿Qué vocación de engaño
tiene el mundo
con su apariencia núbil?

Si se funde la luz
¿qué ocurre con el globo de mi cuarto?
¿Cómo se queda el mundo
si se funde la luz
de su fachada?

Como en el poema, el globo terráqueo  es capaz de darnos un instante de nuestro mundo entero, aquello que fuimos, a lo que desearíamos volver o tal vez vernos desde fuera para recordar que también hemos sido felices.
*He acompañado el dahl e un pan típico indio llamado pulkas

El poema va trepando por el árbol de nuestras vidas hasta sus raíces, que curiosamente, están en su copa y la comida, como los olores, es capaz de golpearnos en la memoria para abrirnos a la evanescencia de lo que fuimos, los sabores que fuimos. ¿Cuál es la receta? Unas lentejas, ¿no nos ayudan ellas a conservar  el sabor de lo que fuimos?

Nos encontramos, entramos en nosotros mismos, pero ya no somos idénticos: como estas lentejas. No somos los mismos que delante del globo terráqueo iluminado en la oscuridad soñábamos con viajar lejos, perdernos en un lugar donde nadie nos conociera.

Las lentejas las hemos comido muchas veces y es posible que a todos nos dijeran lo mismo ”quien quiere las come y quien no…” y nos hacían comerlas. Al crecer hemos salido lejos para encontrar lentejas…pero ya no son las mismas. Con la comida pasa como con la vida: buscamos lo nuevo para encontrarnos. En este “dahl” ha sucedido exactamente eso: recuperamos como futuro lo que se nos regaló en el pasado. La comida, como la imaginación, tiene esa extraña propiedad de hacernos salir hacia dentro, de dar pasado a nuestro futuro.
*Gracias a Katie Stearns por la traducción al inglés.

jueves, 10 de mayo de 2012

Fotografiar una Estrella









Para todo hay una primera vez. En mi caso, ésta es la primera vez que fotografío  con detenimiento una Estrella, una Estrella de cerveza. Lo primero suele ser más hermoso porque tiene ese aura inaugural: un riesgo que merece la pena. Como el primer surco que se hace en la tierra para arar: Besana. De allí me llegó la idea de la cerveza: en Besana Tapas tuvieron la delicadeza de hacernos un menú especial. El restaurante de Utrera ha sido su primer surco. Seguro que será fecundo. Felicidades por un trabajo bien hecho y gracias, especialmente a Jorge Guitián y Anna Mayer.