domingo, 24 de febrero de 2013

Oscuro febrero






El  mes de febrero no suele sentarme bien: ya son varios los años que me  inunda una, no sé, podríamos llamarlo apatía vital, que no me deja disfrutar de todo lo bello que me rodea. A veces la cabeza, la poca inteligencia que hay en la mía, dice una cosa que, la otra inteligencia, la del alma o  del corazón, no reconoce  y siempre, siempre, gana la segunda.



Algo parecido hace setenta y un febreros le pasó a Stefan Zweig. Tengo especial debilidad por este escritor austríaco desde que lo descubrí y se podría decir que he leído una buena parte de sus libros. Siento una admiración profunda por su sensibilidad y su forma delicada de escribir.  Nació en Viena un 28 de noviembre de 1861 y, como sabéis, le tocó vivir una de las época más terribles que ha conocido la historia. Zweig procedía de una familia judía acomodada por lo que pudo permitirse estudiar Filosofía y hacer algún viaje a París. Podemos constatar la influencia que ejercieron sobre él algunos autores franceses como Verlaine.  A la vez que empieza a publicar, continúa su periplo por Europa, África, América y Asia.

Más tarde se instala en Salzburgo, su casa estará siempre llena de intelectuales  como Thomas Mann, su gran amigo Joseph Roth, Strauss, etc; quizás esa compañía reforzó un oscuro presentimiento que le persiguió durante toda su vida.  Primero marcha a Inglaterra; después, después a Estados Unidos y, más tarde, a Brasil, Petrópolis donde un 22 de febrero decide suicidarse junto a su segunda mujer. A su primera esposa le deja una carta bastante significativa en la que reconoce su depresión, su tristeza y lo difícil que se lo ha puesto a aquellos que le rodeaban; como a Lotte, su segunda mujer.

Las novelas de Zweig se caracterizan por un entramado psicológico que revelan los poderosos sentimientos del austríaco; su inteligencia del alma. Esta no lo dejó vivir en paz, siempre sintiéndose perseguido, asustado, con miedo; siempre harto de esa interminable guerra que lo había llevado tan lejos. Lotte, le ayudaba, lo hacía imaginarse en las calles de Viena, en sus hermosas y elegantes cafeterías, tomando un café vienés y un “applestrudel”; pero “la impaciencia de su corazón”  pudo más que la paciencia y los cuidados de su mujer.

Zweig sintió siempre una honda nostalgia por la cultura europea. Creyó que el nazismo saldría triunfante y eso significaba la desaparición de la Europa que él amaba. La cultura es tal vez como el hojaldre de este “appelstrudel”: fina, atrayente, pero a la vez capaz de contener una serie de sabores-manzana, canela, pasas, azúcar-que no percibimos de manera separada, sino como un conjunto nuevo. En este momento de incertidumbre , quizás no estaría de más reivindicarla cultura europea, rica y variada, como sus recetas.

domingo, 17 de febrero de 2013

Apuesto por lo mejor


Stupeur et tremblements (Estupor y temblores) es una novela autobiográfica de Amélie Nothomb.  La escritora es de ascendencia belga aunque nació en Japón por la profesión de su padre, embajador, no sólo de Japón, sino también de Estados Unidos, Laos, Birmania…Por eso Nothomb es una mujer que se ha a sí misma, que ha pasado por diferentes culturas y eso es algo evidente en sus novelas.

Su infancia transcurrió en el país nipón, pero con diecisiete años se marcha a Bélgica para estudiar filología románica. Su estancia no le resultó satisfactoria satisfactoria y cuando termina los estudios regresa a Japón para trabajar.  Esa experiencia, la de su vuelta al país oriental es la que recrea en la novela de la que hoy hablamos.

Amélie entra a trabajar en una gran empresa internacional japonesa llamada Yumimoto; lo hace consciente de su suerte, contenta y feliz de lo que ha conseguido. Estas sensaciones cambiarán rápidamente cuando comience a descubrir la indiosincracia japonesa. El libro está lleno de anécdotas con las que podemos darnos cuenta del “verdadero” espíritu japonés: el esfuerzo, el trabajo, la seriedad y la inflexibilidad. Amélie se da cuenta que tiene que llegar a sus jefes llena de “stupeur et tremblements” como el emperador exigía a sus súbditos que se presentaran ante él.

La protagonista, de esta manera, se convierte en una chica sumisa, llena de miedos; se da cuenta de la importancia que el trabajo tiene para los japoneses, nunca es suficiente; las horas de dedicación, las tareas y el trabajo. Tanta es la presión laboral que llega incluso a probar un chocolate blanco con sabor a melón, que en principio le repugnaba, una especialidad de Hokkaido  que le “obliga” a tomar uno de sus jefes, el señor Omochi. Ahí nos damos del modelo cultural japonés que prioriza el trabajo sobre el resto de la existencia humana. Los seres humanos  nos enfrentamos al trabajo como humanización o deshumanización; una obligación de la que debemos librarnos o algo relativo que nos hace personas. Algo parecido sucede con la cocina: puede ser una tediosa obligación o un placer que nos relaja y realiza. En ambos casos puede que no haya contradicción sino que los vivamos de una forma u otra dependiendo de la situación. En la cocina se pueden pasar ratos maravillosos pero cuando se convierte en una obligación  sin vocación puede convertirse en una tortura. El trabajo debería servir para hacernos felices, no para esclavizarnos, de la misma manera, la cocina debería divertirnos.
Mi receta de hoy no es una obligación, no la impongo; ofrezco una posibilidad ante este relato, como algo que puede hacernos pasar un buen rato haciéndola y después compartiéndola.  Apuesto por la cocina como algo que nos hace mejores.


sábado, 9 de febrero de 2013

Aquí y ahora


Hay libros que pueden leerse a trompicones y este del que os quiero hablar hoy es uno de ellos. Durante un tiempo lo he estado disfrutando a ratos: tomando un café, mientras hacía tiempo o esperaba a alguien; por eso es maravilloso, por su pesada liviandad.  Es un libro ligero aunque no exento de enjundia, entretiene y hace pensar. Quizás tengan que ver en eso dos de mis escritores favoritos: John Coetzee y Paul Auster. 

El libro en cuestión es una recopilación de la correspondencia que se han enviado estos dos amigos desde partes lejanas del mundo, llamado Aquí y ahora. Cartas (2008-2011). Algo curioso, por ejemplo, es el “falso romanticismo” que desean mantener no utilizando el correo tradicional pero tampoco el correo electrónico, sino ¡¡el fax!! 

Obviamente, esta lectura puede recordarnos a otras de “viejos escritores” que departen sobre lo divino y lo humano con una lucidez impresionante. Como digo, se discurre sobre temas variopintos: deportes, política, literatura, proyectos y, como no, cocina y gastronomía. Me ha hecho reflexionar y pensar en gran medida por algunas opiniones vertidas  que me parecen de una absoluta claridad. 

“…no puede hacer mucho tiempo -digamos que como máximo cincuenta o cien años- que se han desarrollado a gran escala las relaciones problemáticas con lo que comemos o lo que dejamos de comer. 

Pero yo me pregunto si está versión es cierta. Me pregunto si no será posible tener relaciones problemáticas con la comida también condiciones de escasez(…) Pero ¿acaso alguien está explorando los significados más profundos que tiene la comida en su vida? Que yo sepa, no.” 

Estas son palabras de Coetzee, que continua reflexionando sobre los tabúes alimentarios y hasta que punto son la razón de que un grupo se mantenga unido. Coetzee es vegetariano, por lo tanto, tendría su grupo. Le replica Auster recordado como Kafka (otro vegetariano) “es un ejemplo extremo de martirio alimentario, pero convengo contigo en que casi todos tenemos “cuestiones” con la comida”,  que según el  escritor americano muy probablemente se remonten a nuestra infancia. 

Por supuesto, yo también tengo “cuestiones” con la comida, y de una forma no completa pero si constante ,desde que era muy joven, estoy en el camino verde. La información que ha ido llegando a mis manos me ha reafirmado en ello y, soy consciente de que a mucha gente no le importa el sufrimiento animal, pero yo me siento bastante vulnerable ante él.

La comida Kosher, por ejemplo, supone evitar el sufrimiento de los animales y eso me lleva a reflexionar sobre la comida y la cultura. Tradicionalmente  cada civilización ha tenido sus alimentos preferidos y ha rechazado otros.  Hoy, en una edad de la globalización económica, parecen también haberse globalizado los gustos, al menos de manera superficial (pienso en el sushi, en las especias de la India y el picante mexicano). Muchos lo llaman “fusión”; pero yo me pregunto si no se habrá perdido algo en el camino.; porque, desde luego, ya no tenemos apenas relación con la tierra de la que nacen nuestras verduras. Lo encontramos todo perfectamente empaquetado en las tiendas y el hecho de comer, que nos ligaba a la tierra, ¿a qué nos une ahora?

Todos tenemos tabúes y decidimos que menú escoger, hoy me he animado por una ensalada de invierno con centeno, zanahorias, ciruela nueces  y requesón…; enérgica para combatir el frío que a ratos nos envuelve.