Claudio Rodríguez nació en Zamora en 1934. Su infancia fue dura: su padre murió cuando el tenía 13 años y desde entonces se dedicó a la administración de fincas; su refugio fue la literatura y las largas caminatas. Empezó a leer de forma compulsiva y marcha a Madrid para estudiar Filología Románica. A los 18 gana el premio Adonáis con Don de la ebriedad; continúa escribiendo, se licencia e inmediatamente se marcha a Inglaterra como lector. Allí descubre a los románticos ingleses, sobre todo de Dylan Thomas cuyas huellas pueden percibirse en los versos del poeta español. Volvió a Madrid donde se dedicó a la enseñanza universitaria. Durante ese tiempo, vivió un momento feliz, recibió el merecido reconocimiento público con el Premio Nacional de Poesía y con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Murió en 1999 en Madrid, es un poeta del siglo pasado, pero como todos los grandes, siempre contemporáneo.
A LA NUBE AQUELLA
Si llegase a la nube pasajera
la tensión de mis ojos, ¿cómo iría
su resplandor dejándome en la tierra?
¿Cómo me dejaría oscurecido
si es clara su labor, y su materia
es casi luz, está al menos en lo alto?
¡Arrancad esa límpida osamenta
dejando ver un corazón aéreo,
fuerte con su latido de tormenta!
Qué vida y muerte fulminantes. ¡Sea
También así en mi cuerpo! ¡A puro asalto
cobrádmelo, haced de él vuestra faena!
Si se acercase a mí, si me inundara
la vida con su vida tan intensa.
No lo resistiría. Pero, ¿acaso
alguien es digno de ello? ¿No se esfuerza
la nube por morir en tanto espacio
para incendiarlo de una vez? Entrega,
palabra pura de los cielos, himno:
suena como la voz del hombre, suena
y pasa, pasa así, dinos tu viva
verdad en esta clara hora terrena,
en esta oscura vida que huye y pasa
y nunca en ello podrá ver la inmensa,
sola alegría de aquí abajo, nube,
alma quizá en que un cuerpo se serena.
¿Y dónde están las nubes de otros días,
en qué cielo inmortal de primavera?
El blanco espacio en que estuvieron, ¿siente
aún su compañía y va con ella
creando un nuevo resplandor, lo mismo
que a media noche en la llanura queda
todo el impulso de la amanecida?
Lejos de donde el hombre se ha vendido,
Aquel granero, ¿para qué cosecha?
Oh, nube que huye y camina a cada instante
como si un pueblo altísimo de abejas
fuera allí trabajando a fuego limpio.
Nube que nace sin dolor, tan cerca.
¡Y vivir en el sitio más hermoso
para esto, para caer a tierra
o desaparecer! No importa cómo
pero ahora, la nube aquella, aquella
que es nuestra y está allí, si no habitarla,
ya, quién pudiera al menos retenerla.
Claudio Rodríguez, Conjuros, en: Poesía Completa (1953-1991), Barcelona, Tusquets, 2001.
Las nubes, me persiguen las nubes, persigo a las nubes, me encantan las nubes “¿quién pudiera al menos retenerlas?” Cuando somos pequeños e incluso también mayores en estos días de primavera una de las mejores cosas que podemos hacer es mirar las nubes, pensar las nubes, también vivirlas ¿qué forman tienen las nubes? ¿qué nos traen las nubes? Siempre son pasajeras, siempre son diferentes, siempre cambian: unas nubes oscuras, una blanca y ampulosa, una de primavera, otra de invierno y verano y la del otoño pesada y a la vez ligera. Como estas nubes/galleta, iguales pero diferentes, similares pero con matices. Nada es siempre lo mismo aunque tenga el mismo aspecto y eso es algo que aprendemos en cocina: el mismo plato no tiene nada que ver con otro con los mismos ingredientes.
Las nubes son los sueños, perseguimos los sueños, buscamos el bienestar, el refugio que nos da la satisfacción de alcanzar lo que hemos buscado y deseado. Ese rato de felicidad y el esfuerzo que conlleva es nuestra plenitud. De la misma manera, estas nubes comestibles consiguen proporcionarnos un rato confortante, reconstituyente; sentimos el consuelo, la complacencia y el entusiasmo del trabajo bien hecho a base de esfuerzo. Por eso, estas nubes (como las de primavera) solo duran un instante, se deshacen, desaparecen pero siguen siendo imborrables, infinitas y eternas. De forma que yo sigo… persiguiendo mi nube.
*El molde para hacer las nubes y gran parte de mi inspiración vienen de una magnífica chica canadiense llamada Nikole Herriot.