He de confesar que no había visto ninguna
película de Ettore Scola, al menos, que tenga en mi memoria. Hasta hace unos
días, cuando leí este maravilloso artículo de Fernando León
de Aranoa, que es el director de películas de éxito como Barrio, Un día perfecto, Los lunes al sol y algunas más; por eso,
sabe bien de lo que habla. Acierta porque es sincero, delicado, sensible,
certero y se queda con la parte del cine que le interesa.
En el texto, publicado en El País, habla de su fascinación por las
películas del italiano, cuando el director español estudiaba en la facultad y su
personalidad estaba moldeándose. De todas ellas hay una que le atrae
especialmente: Maccheroni. Así
que de Maccheroni quiero hablaros.
La película, no tengo duda, es una maravilla:
hay un pasado común, pero que en los recuerdos de los protagonistas parecen
diferentes (por cierto, algo que últimamente me hace pensar bastante: “las
versiones” que cada uno tenemos de nuestro pasado, las diferentes formas de
verlo; gracias también a The Affair) e incluso dos realidades
distintas: una americana, otra italiana; una fría, otra apasionada; una
ordenada, otra caótica; una seria, otra alegre, una verdadera, otra esotérica…
¿No somos nuestra memoria? Y un recuerdo diferente modela quizás una realidad
diferente de manera que incluso habiendo recorrido el mismo camino, hemos
marchado por sendas diferentes. Esto podría ser incluso cine dentro del cine,
pues al salir de ver esta película con un amigo es posible que hayamos visto cosas
distintas: donde uno vio pesimismo—porque el pesimismo estaba—, el otro vio
esperanza—porque también estaba. No se trata de que inventemos la realidad,
sino que la recordamos de diferente manera.
Pues bien, esas realidades confluyen en un
momento determinante de la vida. Las dos son hermosas y luminosas, las dos
merecen la pena; merecen la pena ser vividas y tal vez hacen más intensa la
existencia, pues ésta es siempre más compleja de lo que nuestros ojos
solitarios alcanzan a ver.
Podría haber hecho un pastel de nata, tan típico
de Nápoles como su caótica circulación, porque la imagen que funciona como
emblema de la película es aquella en la que, como niños pequeños, los dos amigos
aparecen manchados de esa nata espesa y blanca. Conociendo mi tendencia a los
dulces, quizás hubiera sido más fácil… Pero he decidido hacer unos macarrones no
sólo porque dan nombre a la película, sino también porque aportan ese matiz de
realidad múltiple y confusa, ese maravillosa realidad que genera en nosotros
recuerdos tan diferentes.