domingo, 25 de septiembre de 2011

El olor de los recuerdos

 
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Paul Cézanne es considerado hoy el padre del arte contemporáneo aunque, como suele pasar, durante su vida en su época no fue reconocido como tal. Hombre valiente, Cézanne dejó sus estudios de derecho para dedicarse a la pintura  y digo bien, porque en sus obras podemos observar la primacía del color sobre los volúmenes. Éstos son simplificados y yuxtapone colores planos en tres formas simples: esfera, cono y cilindro.



Cézanne comenzó su carrera exponiendo con los impresionistas aunque rápidamente se interesó por ciertos problemas técnicos que le hicieron abandonar París y sus salones (tenía independencia económica, se lo podía permitir) Estuvo interesado durante toda su vida para conseguir un ideal de perfección artística.



Cézanne fue, como he dicho,  un hombre valiente pues tuvo el coraje de abandonar los procedimientos tradicionales en pintura, los que triunfaban en los salones parisinos y en la academia, y buscó nuevos caminos para mostrarnos el mundo: nos mostró la profundidad  y el color juntos sin abandonar la composición. Todos los grandes artistas de la Historia del Arte han necesitado valor, pues lo nuevo siempre lleva consigo la polémica, por ello es necesaria la valentía para mantenerse firme y constante en la búsqueda de la belleza que por otro lado siempre es nueva.



No es  de extrañar que algunos de la obras célebres, como este bodegón de manzanas, fueran considerados auténticos mamarrachos, obras exentas de estilo y valor  porque aquellos críticos solo apreciaban lo que ya conocían y sus prejuicios los hacían insensible, a lo nuevo, a lo hermoso.



Las manzanas de esta pintura son simples, están colocadas encima de una mesa y tiene un plato a su lado; el fondo es alegre y colorido. Si cerramos los ojos todos podríamos ver la escena descrita, en cambio, nunca podríamos volver a rememorar el sabor de esas sabrosas piezas de fruta. El gusto es uno de los sentidos que más recuerdos nos despierta, uno de los que más nos hace disfrutar y también el que más nos cuesta activar junto con el olfato. Quizás por eso me atraigan tanto los buenos sabores y olores, que identifico con algo y son tan difíciles de evocar y revivir;  quizás por eso, los llego a relacionar con estados de ánimos, etapas de la vida o momentos especiales… Quizás por esa razón el sabor y el olor a canela en esta sencilla elaboración siempre me va a recordar al extravío de un niño que buscaba un sueño de canela en las primeras noches de otoño.
 Gracias a Katie Stearns por la traducción al inglés.


domingo, 18 de septiembre de 2011

No es rubia, no es Hitchcok y es maravillosa



Charada es una película de Stanley Donen, director de películas memorables como Cantando bajo la lluvia o Dos en la carretera (de la que ya hablamos aquí). En este caso quiso hacer un homenaje a Alfred Hitchcok aunque ella no es rubia… pero es maravillosa.


El film es una mezcla sabia de ingrediente, como los buenos platos, que la auparon al éxito. Primero: dos protagonistas que explotan su encanto y su química: Cary Grant y Audrey Hepburn. Segundo: la ciudad de la luz, París, captada por una maravillosa fotografía. Tercero: la inolvidable banda sonora de, una vez más, Henry Mancini.



Regina Lamper (Audrey Hepburn) pasa sus vacaciones en la nieve; allí conoce a Peter Joshua (Cary Grant). Una vez acabadas las vacaciones, vuelve a París dispuesta a solicitar el divorcio. Se entera de que su marido ha muerto y que mantiene una deuda en Estados Unidos. El dinero, imposible de encontrar, es el objetivo de tres hombres que la persiguen constantemente para conseguir el botín. Peter (que cambia constantemente de nombre) también parece estar interesado por ella como por el dinero. Así se desarrolla la trama con toques de intriga, humor e incluso drama.



La historia transcurre al completo en París en un ambiente rebosante de  elegancia  y no solo por la ciudad misma, sino por los mismos actores, la música, y los vestido de Givenchy: el eterno y fiel amigo de Hepburn.




La comida juega un papel importante puesto que en una de las primeras escenas se inmortaliza a la actriz comiendo ávidamente. Su amiga le dice: “Cuando te pones a comer así algo te ocurre”. Lo mismo acontece en el despacho del inspector quien le ofrece un sandwich de “leberwurst”, de pollo o de “leberwurst”; claro: ella elige pollo.

Aunque de antemano sé que me estoy metiendo en un tema escabroso, eso es algo que le ocurre a muchas personas al igual que lo contrario. ¿Por qué la comida se puede convertir en un problema? ¿Por qué algo de lo que supuestamente debemos disfrutar se convierte en una pesadilla y en la salida de nuestras  ansiedades y complejos? De sobra es conocido por todos los problemas alimenticios que padeció la actriz de esta película en la vida real… Quizás nosotros, los que nos dedicamos de una forma u otra a cocinar, a la gastronomía, debamos subrayar que es posible disfrutar de todos los sentidos, también del gusto. Y quizás debemos preguntarnos porque esas realidades hermosas pueden convertirse en angustia en la sociedad en que vivimos. Esta es una de las razones por las que también debemos alimentar nuestra alma.


sábado, 3 de septiembre de 2011

La tierra prometida

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Las uvas de la ira es originalmente una novela de John Steinbeck, ganadora del Premio Pullitzer y convertida en una magnífica película de la mano de John Ford que contó con Nunnally Johnnson y Darryl F. Zanuck como guionistas.

La historia original es un reportaje del año 1936 de J. Steinbeck en que narraba  la migración masiva de los habitantes de Oklahoma a la tierra prometida, California. El escritor dio vida a esta historia en la novela de la que hablamos, publicada en 1939.  La película  se realizó en 1940 y recibió varios premios, como el Oscar a la mejor dirección y actriz secundaria.

El protagonista de la historia, Tom Joad (Henry Fonda) regresa a su hogar, tras cumplir condena en prisión, justo cuando sus familiares son expulsados de sus tierras. Toda la familia comienza un largo viaje hacia California con la esperanza de encontrar la libertad y la redención.

El film retrata una de las época más tristes de Norteamérica en la que muchas personas se vieron obligadas a emigrar  para llegar a un lugar donde eran tratados como mano de obra explotable, como esclavos. Y todo ello fue magistralmente plasmado por Ford con una atmósfera turbia y angustiosa creada por su excelente director de fotografía Gregg Toland (también, por ejemplo, de Ciudadano Kane) quien supo fotografiar solo el vacío. Utilizando simplemente luz natural, impactó a todo Hollywoood,  donde en ese momento triunfaban las películas con una iluminación ostentosa; Toland causó sensación con sus juegos de sombras y oscuridad: una auténtica atmósfera tenebrosa.

Pero si algo sobresale por encima de todo es la dignidad de los personajes gracias, por supuesto, al lirismo y la delicadeza de Ford. En esta película no hay héroes, sino sólo personas que luchan por conseguir un trabajo, por sobrevivir a la penuria  sin abandonar jamás a la familia y, sin concesiones al sentimentalismo, con una fuerza poética insuperable.


Las uvas de la ira son las uvas del coraje, de la lucha, de la valentía,  de la dignidad, de luchar por eso que quieres, por tus sueños; por abrir futuro cuando todos los caminos parecen cerrados. Sí, hay realmente uvas rebosantes de ira. Así nosotros a veces elegimos la comida del día según nuestro estado de ánimo: primamos el color, la forma, la textura y también su significado. Hay comidas de alegría, pero también de luto; comidas de despedida y comidas de reencuentro; brindis por los que se van o por los que llegan.  Por eso, hoy me quedo con estos vasos de uva y gelatina de moscatel: no sólo porque dentro de ellos haya uva, esta vez sin ira, sino también porque me gustaría que la comida nos ofreciese a todos un mundo mejor. ¿No es la comida también una tierra de libertad? La comida también nos redime en una medida diferente a otras realidades; pero a veces una simple uva, cogida antes de tiempo, puede amargarnos o darnos el sabor de la libertad.
Gracias a la generosidad de Katie Stearns por la traducción de la receta al inglés.