sábado, 28 de abril de 2012

La belleza de los sabores




Rothko nació en Rusia, aunque  con diez años marchó a es Estados Unidos  donde su padre murió al poco tiempo de establecerse debido a un cáncer de colón. Nunca fue fácil la vida del pintor pero a pesar de las dificultades consiguió estudiar filosofía en Harvard. Pronto se sitió atraído por las profesiones artísticas: comenzó siendo actor pero rápidamente realizó sus primeros trabajos pictóricos.

Rothko creía que la tradición estaba agotada, que el arte figurativo ya no tenía la fuerza necesaria para conectarnos con la tragedia humana ni con un horizonte abierto. Pensaba, como  nos ha recordado Mario Vargas Llosa en su nuevo libro, que la cultura se estaba convirtiendo en espectáculo que solo servía para aliviar el dolor  por medio de la distracción, de la satisfacción diaria, de hecho, para algunos la cultura se puede reducir prácticamente a entretenimiento y esto provoca el olvido de la condición humana. La abolición de la cultura, del arte, es la otra cara de la deshumanización del mundo contemporáneo. Solo un lenguaje diferente  podría despertarnos de la apatía en que entonces se vivía. Por ello, y poco a poco, fue cambiando su estilo: pasó de representar a tristes personajes en el metro neoyorkino a centrarse exclusivamente en el espíritu de la pintura: la línea y el color. Y esto era por primera vez asombrosamente dramático. Rothko a través de sus lienzos quería crear el espacio para que aconteciera la vida, la salvación: nos sumerge en el color para hacernos vivir auténticamente, para alimentar una vida que se ahoga en la superficialidad, para conducirnos más allá de las apariencias; este batido de moras es también alimento: su sencillez no es trivialidad, sino una llamada de atención para centrarnos en lo fundamental, en aquello que nos da vida. Rothko nos ofrece lo primordial: el color y la línea. El batido de moras: color, textura y sabor…¿no es también lo sustancial en la cocina?

Las obras parecen moverse, como las grandes obras de arte, generan su propio espacio y nos invitan a entrar en él: de esta manera nos hacen ser de otro modo diciéndonos quiénes somos en realidad, los colores flotan, se hinchan, se disuelven, se desvanecen...un placer para la vista especialmente para una mirada ascética, capaz de despojarse de todo lo secundario, accidental: un placer no usual en doble sentido: ni tiene una finalidad práctica ni es captable con facilidad. Rothko comenzaba a triunfar comercialmente y quizás eso no era suficiente para él. Quizás el triunfo comercial era, en el fondo, un fracaso de sus planteamientos: el capitalismo lo devora todo porque todo lo hace mercancía y, me parece, nunca quiso un arte mercantil, es decir, un arte que se negase a sí mismo para venderse.

El pintor continuó intentando rescatar la fuerza del color, como en esta bebida morada, en la que el color y el sabor nos transporten a un lugar donde no hemos estado nunca, que nos impacten, que nos sorprendan... Por eso la contemplación de estos lienzos nunca cansa, siempre descubrimos algo nuevo: los colores se adelgazan, se revelan, se desvanecen pero también nos descubrimos siempre de nuevo, son como puerta que se abren en nuestro interior.

Rothko es conocido como un artista de estilo expresionista abstracto, aunque el nunca consideró abstractas sus pinturas, para él tenían un tema: la experiencia humana, las emociones primordiales. Uno de los adjetivos que más utilizaba para sus creaciones era "emocionantes" puesto que sus pinturas no eran nada sin el espectador, quien se sentía atraído magnéticamente hacia ellas, hacia ese brillo interior que provocaba un silencio ensordecedor.

Como las pinturas de Rothko este batido nos atrae intensamente por el color y el misterio o incertidumbre que puede provocar su sabor; como las pinturas, muchas veces las comidas también nos hablan de las mociones elementales: disfrutar de un día feriado, al sol y en la calle, disfrutar de este batido morado, en silencio escuchando la belleza los sabores. 


Gracias a Katie Stearns por la traducción al inglés.

domingo, 22 de abril de 2012

Encadenados III/La elegancia de lo impasible



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El lienzo que os presento hoy, Los hijos del pintor en el salón japonés, fue realizado en 1874 casi el mismo año en que está fechado Oblómov y podría ayudarnos a recrear la vida de este : el día entero recostado de la cama al chaise longe y del chaise longue a la cama.

La obra pertenece a Mariano Fortuny, un pintor español que murió unas semanas después  de comenzar esta pintura con solo treinta y seis años, dejándola inconclusa. La imagen la plenitud de la elegancia : aparecen los hijos del pintor, la niña tapándose la cara con un abanico y el niño sentado en la extensísima chaise logue, tapado por una tela de un azul infinito, entre ellos y el muro unos cojines verde, azul y naranja. En la pared de un color indeterminado unas  ramas de almendro y unas mariposas nos hablan de un orientalismo nuevo dentro de la producción del artista  que hasta entonces se había dedicado más a la estética de escenas marroquíes y andaluzas. Quizás podríamos a Fortuny impresionista, porque estos tuvieron claro que los objetos que rodean a una persona hablan de ella y, por lo tanto,  nos descubren su universo. Nos asomamos al universo del pintor, su cotidianeidad; de hecho, Fortuny pensaba regalarle esta obra a sus suegro, el pintor Federico de Madrazo.




Por otro lado, la pintura tiene el misterio de lo que no se ha terminado, de lo que ha quedado abierto, invitándonos a preguntar qué hubiera hecho el autor de seguir con vida y cómo habría ido cambiando su estilo.  La pintura queda abierta también se sí misma y nos invita a entrar en ella, la obra habla también de nosotros: por eso es arte. Esta pintura supone un cambio en su trayectoria, deja el lenguaje artístico anterior que lo instaló en una vida acomodada y sin preocupación, deja  atrás el academicismo, quizás esta obra es una ruptura y, por eso, un comienzo nuevo para Fortuny harto de pintar por encargo. Lo importante es la pintura en estado puro, que aquí es la protagonista y se muestra en una creatividad de rápidas pinceladas, riqueza de colores, la transformación de la realidad en colores, en un estallido de luz. El espectador parece contemplar una imagen cotidiana, los elementos decorativos japoneses ocupan el primer plano, protagonizan la composición mucho más que sus hijos. El formato apaisado del lienzo aporta una visón diferente a la habitual, acaso es nuestro horizonte futuro lo que estamos mirando. Quizás la ventana a la belleza con la que soñamos cada día.


Las abundantes plantas del macetero como la llamada alocasia o coloquialmente oreja de elefante es vida, verde y abre una grieta en el fondo. La naturaleza no está ahí controlada su exuberancia es llamativa como esta montaña de espinacas también verdes, también llenas de vida.


La receta tenía que ser algún plato japonés y he escogido estas espinacas escaldadas con salsa de soja porque es muy sencilla y casi no tiene preparación, ni cocción, como si estuviera sin terminar al igual que esta maravillosa pintura al igual que esta obra de Fortuny. Por otro lado es una receta totalmente casera muy apreciada en los hogares japoneses y que podría entusiasmar…


Después de Fortuny: entrar, es una puerta abierta, lo hemos dicho. De la misma manera  los ingredientes de la receta nos entregan es su sencillez el mundo como es, con sabores directos y nuevos. Podemos inaugurar este mundo como inaugura una vida la luz que refleja el cuadro. 


Gracias a Katie Stearns por la traducción.

domingo, 15 de abril de 2012

Encadenados II/ Levántate





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Oblómov es una novela del escritor ruso Iván A. Goncharov a la que me ha llevado (como dije en el anterior post) El aire de Dylan, última obra de Enrique Vila Matas. En este último volumen se hace referencia al protagonista como una persona  cercana al oblmovismo por su indolencia y su atracción por el fracaso.

¿Qué es el oblomovismo? ¿Quién es Oblómov?  Es un terrateniente ruso que vive anclado en la apatía y el hastío de vivir. Goncharov nos lo presenta permanentemente recostado en su diván mientras deja pasar la vida. La historia recrea muy bien el ambiente de la época en que se publicó, 1859. Asistimos a una historia todavía inmersa  en la Rusia zarista con una sociedad dividida en terratenientes y criados. Precisamente el criado de Oblómov, Zajar, es uno de los personajes más carismáticos de la historia. Quizás sea Zajar, al que a veces se refiere despectivamente como Zajarka, el contrapeso vital y literario de Oblómov: los diálogos que se producen entre ellos parecen un ejercicio musical de contrapuntístico, pues sus voces son independientes, pero parecen alcanzar el equilibrio. Zajar es siempre siervo, sin duda, pero no es servil aunque si un poco cascarrabias, y parece más bien  Oblómov quien depende de Zajar recordándonos la vieja dialéctica señor y esclavo. Las únicas personas que hacen reaccionar a Oblómov en cierta manera son su amigo de la infancia, Sholz y su enamorada, Olga.

Ante Oblómov la receta de hoy no podía ser otra que un desayuno tardío en la cama, unos cereales con manzana y avena que enlazan con la receta anterior de los muffins y, una vez más, con Vila Matas. Oblómov es un personaje apático que necesita ánimos y empuje para lanzarse a la vida.

Hay platos o recetas que tienen la propiedad  de levantarnos para que vivamos y disfrutemos de la existencia, pues a su manera nos dan fuerzas para luchar por lo que queremos. Si la vida es una búsqueda, ¿no lo será también el alimento de la vida y la cocina? Si, ésta es capaz de animarnos y ponernos en pie transformando nuestros estados de ánimo casi en un segundo. Y semejante cambio no se produce sólo cuando comemos: también cuando metemos las manos en la masa, pues es portentosa la satisfacción que experimentamos cuando hacemos un plato delicioso. En la vida no todo nos sale a la primera, en la cocina puede pasarnos lo mismo, pero ella nos da la ilusión y la energía  necesarias para ponernos de pie otra vez y acabar haciendo ese palto que se nos resistía, aquel que nos parecía tan difícil y casi inalcanzable. Finalmente está sobre la mesa y podemos disfrutarlo con nuestros amigos. La cocina por estas cosas es también  una forma de superación, una entrega que busca la realización de nuestros sueños. Al leer Oblómov sentía que le faltaban las fuerzas e incluso parecía deprimido: este maravilloso desayuno quizás pudiera ayudarlo a levantar la cabeza, ponerse en pie y asomarse a la ventana: el día nos espera y nuestra vida está delante de nosotros

Y puesto que también nosotros somos contemporáneos de Oblómov (una de las cualidades de la buena literatura) quiero dejar como acompañamiento una fantástica canción para desayunar y levantarnos. Es de The Drums y la letra nos invita a levantarnos porque hace una hermosa mañana…


Wake up, it's a beautiful morning
Honey, while the stars are still shining
Wake up, would you like to go with me
Honey, take a run down to the beach



Gracias a Katie Stearn por la traducción.



domingo, 1 de abril de 2012

Encadenados I.





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Enrique Vila Matas ha presentado un nuevo libro llamado El aire de Dylan y, por supuesto, quiero aprovechar para comentar algo del libro de uno de mis escritores preferidos y  dedicarle una receta. Una de las cosas que más me gustan del escritor catalán es la facilidad con que, sin darnos cuenta, recomienda otros libros, algunas películas,  canciones y así podemos encadenar un inventario vilamatesco.

¿Demasiado Vila Matas? Siento predilección por sus libros: sé que he hablado de París no se acaba nunca y también, un tiempo antes, de un cuento aparecido en una recopilación e incluso de Dublinesca, su penúltima novela. Hay autores que siempre nos encantan, como algunas recetas.
 En el post de hoy, además de meditar un poco sobre El aire de Dylan,  me gustaría representar en cierta manera eso que me pasa cuando tengo  cuando tengo cualquiera de sus libros o artículos entre las manos. Vila Matas me trasmite el entusiasmo por la lectura, el interés por lo nuevo, lo desconocido, por la cultura y el arte, por las diferentes formas de literatura, por la escritura y por todo aquello que va citando como si de un maravilloso descubrimiento se tratara.
De manera que a partir de ahora algunas entradas encadenadas y no solo por la literatura, también por la cocina. El aire de Dylan me llevará a otro libro y la receta, a otra receta a través de un mismo ingrediente. Todo está encadenado y al final, las cosas se acercan más de lo que creemos.
El aire de Dylan cuenta la historia de un joven indolente, Vilnius, con un enorme parecido a Bob Dylan y con un interés desmesurado por fracasar en la literatura. Un nuevo Bartleby que preferiría no hacerlo y un nuevo Oblomov que tampoco lo haría. Vilnius cree que el espíritu de su padre muerto le persigue, además comienza a mantener una relación con Débora, la antigua amante de su padre. Hacia el final del libro encontramos estas palabras:
 “Y fue entonces cuando, al volver a oír a lo lejos las voces desafinadas y, habiéndose asimilados de golpe las emociones de la mañana, ya no pudo más y se derrumbó, cayó en un llanto convulsivo, imparable, el llanto de lo auténtico, el que nos recuerda, le dijo ella, cual es la verdadera esencia del mundo, todo aquello que sólo registramos en su plenitud cuando recuperamos de forma imprevista, de golpe, lo más sagrado y emotivo de nuestra existencia, los primeros años de nuestra vida, lo único que a la larga acaba pareciéndonos verdaderamente nuestro e intransferible”.
Esta reflexión se produce cuando Débora recuerda el verano con sus padres y su primer robo de un pastel de manzana en casa de unos amigos de ellos. El pastel de manzana desencadena una serie de recuerdos e ideas, algo que ya comprendimos con la manzana de Proust y que aquí revive en este muffin de avena y manzana; una merienda que a mi también me trae muchos recuerdos porque tiene el sabor de uno de los postres que no faltaban en casa hechos por mi madre. El muffin tiene una textura ligeramente diferente a la de una magdalena habitual y por eso llama la atención y se retiene más en nuestra memoria gustativa.
El libro y la receta son mi puente hacia otra entrada, hacia otro nuevo continente. Los libros son así: ya lo he dicho a propósito de Vila Matas; pero las recetas también son así: un sabor asociado a una comida aparece de pronto asociado a otra. Quizás la cocina se asemeje a un laberinto en el que, sí, todo está relacionado: el salmón nos lleva a Japón y allí de golpe, nos encontraríamos muy cerca de Barbate. Cada uno tenemos nuestra propia cadena de sabores; pero, paradójicamente, estas cadenas no nos atan, sino que son capaces de abrirnos a nuevas experiencias.
*El precioso papel que he utilizado para las magdalenas y como tapiz para la composición de la receta fue un regalo de mi maravillosa amiga Lucía
Gracias a Katie Stearns por la traducción.