Hace unas semanas un asunto
personal me hizo volver a Centauros del desierto y a los incomparables
John Ford y John Wayne. Supongo que
todos habréis visto alguna película de Ford y
casi seguro con la colaboración de Wayne, pues formaron un inolvidable tándem
en un buen puñado de ellas: La Diligencia, El hombre tranquilo, El hombre
que mató a Liberty Balance y Centauros, claro.
Todas las películas de Ford
hablan de su personalidad. Nació en 1894, hijo de dos irlandeses que transmitieron
a sus hijos la cultura gaélica. John era
el menor de trece hijos (aunque no está muy claro si en realidad eran once),
una familia numerosa que pasó por apuros económicos, cosa que llevo al joven
Ford a buscarse la vida en diferentes actividades. Comenzó en Hollywood de la mano de su hermano
mayor, Francis Ford, con quien mantuvo una relación teñida en ocasiones de
competitividad. Su primera trabajo como extra en solitario fue en El nacimiento de una nación. Sus pasos en el cine lo pusieron en la senda
de la dirección, donde acabó triunfando.
Sus películas se caracterizan
por la dicotomía (también personal) entre las armas y las letras: Ford parecía
un tipo duro, pero su extrema sensibilidad aparecía en los pequeños detalles.
La escena final de Centauros es un buen ejemplo: Ethan Edwards (John
Wayne) se agarra el brazo, haciendo un homenaje a Harry Carey
(mítico actor del cine mudo, que había rodado con Wayne, fallecido en 1949).
Ethan se aleja entre titubeante e inseguro mientras suena una canción que dice:
“Un hombre busca con alma y corazón, busca por todos los
confines sabe que encontrará la paz de su espíritu, pero en dónde, oh Señor, en
dónde. Cabalga, cabalga, cabalga.”
Y volvemos
al principio.
El ágave
es una planta de hojas gruesas terminadas en una afilada aguja, su apariencia
es dura y robusta pero su interior dulce y suave (sabéis que el sirope de ágave
se utiliza como sustituto de la miel), además es una especie típica del
desierto, pues requiere un clima seco con una temperatura media de 22 ºC. El ágave, como Centauros del desierto,
como Jonh Ford ocultan su parte más delicada.
Por eso os
propongo hoy esta receta, magdalenas de quinoa y almendra, porque también con
frecuencia una receta en apariencia dura es capaz de ofrecernos una infinidad
de matices que desde fuera no hubiésemos sido capaces de imaginar. Hay que ir
dentro de las cosas y dentro de las personas: sin duda, nos sorprenderemos.
Y
seguiremos cabalgando porque como dice Jordi Bernal en la Jot Down del
protagonista de la película buscamos “un peregrino eterno que vuelve a cabalgar
hacia la puerta cada vez que nosotros, desde esta sala oscura, volvemos a
invocarlo”
6 comentarios:
A mi me resultan siempre muy duras las películas de John Ford, bellas, sí... pero amargas
Las fotografías me encantan y la receta es muy original. Hay cosas que me sorprenden siempre gratamente y tus recetas se cuentan entre esas cosas.
Las primeras, falsas apariencias. Unas magdalenas diferentes pero no por eso menos deliciosas.
Besos
Me ha resultado curioso lo de poner la quínoa cocida.
Un estupendo resultado.
Un saludito
Ayyyy como me a gustado esta entrada, John Ford es uno de los mejores directores que ha dado la historia, soy una cinéfila empedernida, pero.... de cine clásico. Y si vi el otro día Centauros del desierto, además la tengo en formato vídeo, ya que hice, cuando era una mocosa, una colección de vídeos y libros de la Warner Bros. Que bien encontrar por estos lares alguien que se fije en una obra maestra. Ah!! que casi no me fijo en las magdalenas, tienen una pinta genial y además me gusta que utilices sirope de ágave, intento dejar el azúcar refinado, y es un buen sustituto. Un besazo guapa.
Gracias, me entusiasma que os guste! Besos
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