lunes, 23 de mayo de 2011

¿Los polos opuestos se atraen?


Lost in translation es la segunda película escrita y dirigida por Sofia Coppola, hija (como todos sabéis) de Francis Ford Coppola. Bob Harris (Bill Murray) es un actor americano que ha viajado a Tokio para hacer una campaña publicitaria de un whisky. Allí es un personaje muy conocido, que casi no sale de su hotel donde se encuentra con Charlotte Sacarlet Johansson, la mujer de un fotógrafo que está trabajando en Japón. Bob y Charlotte están solos, los dos son solitarios.


Los protagonistas tienen muchas cosas en común, quizás por eso comienzan una relación que se hace más intensa con el paso de los días de las conversaciones y de las vivencias. Una relación nada convencional que tiene su base en unos personajes acomodados y burgueses incapaces de sentir nada nuevo, colmados por la insatisfacción y el desgano hasta que se encuentran. Los dos tienen miedo, los dos están tristes.

Y los dos se sienten desamparados, se sienten perdidos en un escenario futurista y caótico aunque viven tres días felices en un mundo extraño. Sofia Coppola recrea de forma magistral estos estupendos momentos que nos llevan a pensar que todo lo que ocurre en el film fue real, que todos podemos ser felices. 
Para ello la directora cuenta con un reparto excelente: el adorable Bill Murray que apunto estuvo de ganar el Oscar por esta interpretación y la entonces casi desconocida e inquietante Scarlett Johansson.

Como otras muchas veces no puedo terminar sin hacer mención de la banda sonora que cuenta con artistas tan buenos como Phoenix, Air, My bloody valentine…

Profunda como el sabor de este aliño de soja, refrescante como el pepino holandés, delicada como estas algas wakame…con un resultado deslumbrante. Porque el mejor resultado es el que sorprende: ingredientes que contrastan pero unidos explotan en el paladar en una armoniosa sinfonía. Como Bob y Charlotte: diferentes mundos, diferentes edades  y una  honda e intensa relación.
La receta la he aprendido en los fantásticos talleres de cocina que organiza Panepanna con Ayako Anzai. Gracias a las dos.

sábado, 14 de mayo de 2011

El pan nuestro de cada día


Mariano Roldán nació en Rute (Córdoba) en 1932 es poeta de la llamada generación de los 50 aunque no es muy conocido en la actualidad. Ha trabajado como periodista y traductor siendo su ocupación principal escribir.

Comenzó su trayectoria con libros como Memorial en tres tiempos pero fue Hombre nuevo la obra por la que le dieron el Premio Adonais en 1961. Este pequeño libro, viejo y con mucha historia, ha llegado a mis manos recientemente. En él he encontrado algunos versos verdaderamente maravillosos que van a formar parte de mi particular archivo poético.
El poema que escribo a continuación es un ejemplo de lo que digo: en pocas palabras nos reconocemos como seres débiles, necesitamos la comida para vivir, el pan y este es esencial como alimento sanador, primordial y primitivo; un bálsamo que nos transmite su calor y aplaca nuestra tristeza.


Palabra diaria

Inmerecidamente,
te logro cada día.

Puedo, con tu carnal
fluidez, levantarme
del sueño, del hastío
levantarme a vivir…

Caliente pan, ordena
mi áspera ceniza;
no me abandones, aunque
se reseque mi lengua,

oh fresca levadura,
cotidiano refugio
de mi condena de hombre.


El pan puede ser como una poesía, como unos versos: en un momento dado tienen un efecto calmante que nos reconcilia con la existencia. El verso es una mezcla de palabras, algo básico que se transforma para presentarse como un conjunto deslumbrante. Igual que el pan: una mezcla de ingredientes base que se combinan y aparecen como un regalo, un resultado mágico y misterioso que nos lleva a recuperar el entusiasmo por la vida.

El pan de semillas es una receta  que he tomado de Madrid Tiene Miga, un fantástico blog que me ha hecho aficionarme, más si cabe, a el fascinante mundo del pan. Gracias QJones.

sábado, 7 de mayo de 2011

El color amansa a las fieras

 
 
En 1903 se reúnen un grupo de artistas como André Derain o Maurice Vlaminck entorno a la figura de Henri Matisse, padre del fauvismo. Fauvismo es un término que surge en el Salón de Otoño de 1905 para identificar una serie de obras “incoherentes” por expresarse de forma intensa y diferente, según el crítico Louis Vauxcelles. Por ello se consideraron salvajes, fieras en su término francés “fauves”.
 Este grupo de pintores incrementan la independencia del cuadro frente a la descripción del objeto; lo importante es el color porque según Matisse desarrolla el “space spirituel”, es decir, se presenta como una expresión de serenidad, calma y equilibrio como en el titulo de esta obra  con ecos puntillistas.
El movimiento supone una revolución posterior al Impresionismo: se preocupan por el color brillante, intenso y puro; las sombras aparecerán como diferentes colores y no como un cambio del tono. Por otro lado, el color es plano, la perspectiva se pierde, la profundidad se abandona. El espacio viene de la mano de la tonalidad simple y sencilla.
 

“La fuerza de la expresión brota de la superficie cromática total” dice Matisse; es decir, podemos revelar muchas cosas a través del color, por ello estoy hablando de una escuela totalmente poética y emocional, los colores describen sentimientos y emociones.
 
La pintura, como la gastronomía está vinculada al mundo de los sentidos, a la percepción y ambas disciplinas están más unidas de lo que muchas veces pensamos. La pintura y  la cocina son expresión de sentimientos y estados anímicos. Por eso muchas veces los humanos pueden ser verdes o rojos y los bizcochos del color del arco iris.

El mundo es más grande que cada uno de nosotros y los fauvistas nos enseñaron a ver de otro modo que formas: colores y es precisamente en el color en donde está la forma. Por eso el fauvismo es una forma de poesía: podemos oir una sinfonía contemplando una pintura o podemos ver colores al leer.  Aunque según los médicos esto es una enfermedad, a mi se me antoja que este bizcocho sabe a sueños y entusiasmo. 

domingo, 1 de mayo de 2011

El frío es el sabor de la felicidad

Le ballon rouge (El globo rojo) es un cortometraje francés dirigido por Albert Lamorisse (1922-1970) en 1956. Lamorisse es conocido especialmente por sus cortometrajes, como por ejemplo del que os hablo, ya que consiguió la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el Oscar al mejor guión original. 
El corto es una verdadera delicia: durante 34 minutos disfrutamos con la historia de un niño que por casualidad encuentra un globo rojo de camino a la escuela. EL globo lo va acompañar siempre como una suerte de amigo inseparable del que todos sus amigos tienen envidia. Hay escenas verdaderamente magníficas; por ejemplo, el encuentro con una niña que tiene un globo azul (curiosamente, la niña es la hermana del protagonista y ambos hijos del director).

Por supuesto, la película  se puede interpretar de diferentes : el globo puede ser ese amigo al que me he referido pero también un sueño, una utopía que perseguimos sin descanso. Y, desde luego, nos recuerda a nuestra infancia, la patria perdida a la que volvemos cuando nos comemos un polo como este que os ofrezco.

Me emociona la sensibilidad, el cuidado y la delicadeza con que se narra la historia y el final sorprendente en el que claramente está inspirado la película Up. Los diálogos son escasos y solo escuchamos música del compositor Maurice Leroux y el sonido real de la calle, del maravilloso París que puede considerarse un personaje más.
 
Los veranos de mi infancia tienen mucho parecido con estas sensaciones: un escalón de mármol frío donde sentarme y mi polo sabroso y frío, un premio que me permitían después de haber dado cuenta de toda la comida; adoraba ese instante. El niño también tiene su premio, bien merecido. Al final… ¿siempre ganan los buenos.

Dejo ya de poneros los dientes largos, aquí tenéis un enlace para ver esta joya en versión original y con subtítulos en inglés. Lo del polo lo veo algo más difícil, pero a quien guste ya sabe donde encontrarme: se lo serviré encantada.