Hay algo que tienen en común esta foto y esta
receta: el cristal. El cristal como algo que separa el mundo de los sueños del
mundo aparentemente real; pero ¿acaso nuestros deseos no forman parte de la
realidad y, en ese sentido, no son reales? ¿No son nuestros sueños los que nos
impulsan? El cristal parece transparente, pero detrás de él todo se ve de manera
diferente, con otro color y con otro brillo. Estamos ahí, frente a algo que se encuentra
casi al alcance de nuestra mano; por una paradoja, sin embargo, nos parece muy
distante. Quizás sólo hace falta tener coraje y dar un pequeño paso en la
dirección de nuestros sueños. Además, el cristal nos permite ver nuestro reflejo,
nos deja observarnos. ¿Cuáles son realmente nuestros sueños? ¿Nuestros deseos
son de verdad nuestros?
En cuanto vi esta
receta quedé prendada, igual que con el Christmas boy, retratado por
el gran Richard Avedon en esta fantástica foto: la cara de deseo, de entusiasmo,
la atracción irresistible por algo que está más allá del alcance inmediato de
la mano. Enseguida supe que iba terminar haciendo la receta (yo he hecho una versión salada): un terrario es un
pequeño ecosistema de plantas y tal vez nuestra vida se asemeje a una pequeña
constelación de sueños si es que estamos despiertos. El cristal, esa delgada
lámina de sílice, separa la vigilia del sueño, pero he pensado que quizás somos
más nosotros cuando soñamos.
Avedon es un fotógrafo americano de
origen judío, cuya carrera comenzó en los años cincuenta. Llegó a ser director
de fotografía de Harpers Bazaar y trabajó con Vogue, Look y otras
muchas revistas de moda. Se hizo célebre por dar un aspecto personal a los
editoriales de moda: los modelos dejaban de estar encorsetados y se sentían
libres. Siempre utilizó el gran formato para sus trabajos, en uno de los más
conocidos, In the american west, retrató a los personajes que no
escribirían la historia de su país.
La receta de hoy es un poco
paradójica, pues podemos comerla o dejarla sobre la mesa como un elemento
decorativo. O tal vez como sorpresa, pues la belleza nos alimenta y podemos
dejar este terrario en mitad del mantel, pero sólo por unos minutos… hasta que
removamos los ingredientes para comerlos. Siempre es la tierra la que nos
alimenta.
Pero hay algo más en
común entre la fotografía de Avedon y la receta; algo que no se ve, algo que
los impresionistas intentaron, a veces en vano, pintar y que siempre se nos
escapa: el aire. Está ahí, rodeándonos. Sin él no seguiríamos vivos y, sin
embargo, sólo lo percibimos cuando sopla. Sin duda, el cristal nos permite ver,
pero también es una frontera, quizás ficticia, pues no separa: ¿quién puede
distinguir en verdad la realidad de los sueños? ¿Sería yo misma sin mis sueños?
El aire está a ambos lados del cristal y, si nos hacemos como ese aire—livianos,
refrescantes—no tengo duda de que nuestros sueños, es decir, los deseos que nos
constituyen realmente como personas, estarán más cerca de nosotros. Quizás
nuestros sueños, esos deseos anclados profundamente en nuestros corazones, sean
como ese aire: nos permiten respirar, nos dan vida y hacen que sigamos
avanzando. El aire que sopla es común; hay estrellas dentro, pero también
fuera. Los deseos nos alimentan, los sueños nos mantienen en pie. Quizás llegan
días de romper fronteras, de permanecer como los centinelas, en pie sobre los
límites. Y ahora pienso que nosotros
somos los que estamos dentro del terrario y que necesitamos abrir las puertas y
salir. O tal vez necesitamos entrar y ser acogidos… Imaginad una puerta sin
paredes. Acaso eso sea nuestra casa. Felicidades a todos.