Desde el 1 de marzo y hasta el 29 de mayo se desarrolla en el Museo del Prado de Madrid una exposición sobre Jean Simeon Chardin. Nació en 1699 en el seno de una familia humilde en París, donde también murió en 1779. Su primera formación fue de artesano, quizás por eso su carrera ha sido tan sobresaliente y original. Sus primeros trabajos fueron bodegones (La Raya, por ejemplo, con el que ingresa en la Real Academia de Pintura y Escultura) aunque también realizó escenas de género realmente maravillosas, que en esa época se consideraban superiores, como Pompas de jabón o La bendición y en los momentos finales de su vida algunos delicados pasteles.
Caldero de cobre rojo estañado, pimentero, puerro, tres huevos y cazuela colocados en un mesa (1732)
Muchacha con raqueta
Chardin destaca por su personalidad irreductible a las modas de la época: en un siglo en el que surgen figuras como Boucher y Fragonard, que realizaban obras en las que los elementos centrales estaban constituidos por el espectáculo y el movimiento, nuestro pintor sabe recogerse y es ese recogimiento lo que precisamente sobresale, no busca lo llamativo o espectacular sino que sabe encontrar lo extraordinario en la realidad cotidiana, en lo que cualquiera de nosotros ve todos los días sin prestarle la más mínima atención. Chardin sabe afirmarse contra las corrientes de la moda. ¿No es esto lo que hacen los grandes artistas? ¿No se encierra ahí la esencia de lo clásico?
Todo esto emana de cada uno de sus cuadros, algo que descubre ya Diderot (uno de los primeros críticos de arte) en los Salones y que nosotros podemos disfrutar en algunas de las escenas que vemos. Tanta es la quietud que nos sumergimos dentro, como si todo se olvidara, con los objetos cotidianos nos transmite la belleza con mayúsculas, la sencillez de lo bello, la grandeza de lo insignificante para entrar en un sueño: una enorme cocina llena de cacharros y algunos sencillos ingredientes para experimentar y sacar a la luz lo que hay en ellos de noble y sublime.
Autorretrato
Así que lo sublime se encuentra en lo cotidiano, la vida es estupenda por ser vida no por todo el espectáculo que la rodea. La mesa de madera, el mantel blanco, el brillo del caldero, el simple y humilde pan, estos sencillos huevos con puerros…todo resplandece porque es real y en eso consiste el arte: en ofrecernos lo más real de la realidad porque como decía Saint-Exupéry “lo esencial es invisible a los ojos”…¿serán los sabores?