“Comer
de todos los colores”: eso es lo que dice mi amiga Rosana, sobre todo cuando
alguien le hace referencia a la #comidamarron. Los colores son importantes no
sólo para comer (y podemos verlo en el proyecto que ha llevado a caboGastromedia), sino también para transmitirnos sensaciones, incluso
sentimientos. Es algo que sabemos desde hace tiempo: el ocre de algunas piezas
prehistóricas, el verde Arnolfini, el rojo veneciano, el azul Klein… esto
también nos lo ha enseñado el arte y su historia, porque si tenemos suerte, es
mirando obras de arte cómo aprendemos a ver.
El
color es especialmente significativo en el expresionismo abstracto; los
artistas del color (con Rothko a la cabeza) frente a los artistas gestuales (ya
sabéis, Pollock). Todos ellos crearon belleza. La artista que me ha tenido unos
días ocupada pertenece al primer grupo. Los colors fields son
predominantes en su trayectoria: de una forma delicada y sensible transforma el
óleo e incluso la pintura acrílica en verdaderas aguadas. Ella es Helen
Frankenthaller y su trabajo es realmente valioso. Tuvo una infancia y juventud
acomodadas, gracias al trabajo de su padre; aprendió con Tamayo y estuvo
relacionada con Greenberg y Motherwell, pero siempre manteniendo una formidable
independencia artística y creativa. Sus parejas le ofrecieron un gran apoyo
intelectual y ella supo aprovecharlo.
Su
obra está, lógicamente, sometida a cambio, pero la más llamativa, quizás por
ser de las primeras, es Mountains and seas. Por supuesto predominan los
colores y las formas parecen quedar en un segundo plano; los ocres,
amarillentos y azules dejan un espacio menor a los rojos, rosas, naranjas,
granates y morados que, curiosamente, son los protagonistas, porque la pintura
nos habla de los reflejos solares en el paisajes, de los atardeceres que son
amaneceres transmitiéndonos esa serenidad propia de la luz que agoniza.
Se
acerca el final del año con la lentitud de una vieja aguja de reloj; a veces he
sentido que el otoño es un atardecer perenne. Hay acontecimientos capaces de
acercarnos a esos ocasos milagrosos, que se transforman en amaneceres. Siempre
me atrajeron los atardeceres que son amaneceres y los amaneceres que son
atardeceres. Por eso este plato de
atardecer: “comer de todos los colores", también alimentándonos de los
atardeceres, porque sabemos que más tarde se transformarán en un luminoso
amanecer. Es eso andamos, esperando al Sol, con la nostalgia de una luz que se clava en nuestros ojos.