domingo, 26 de enero de 2014

El abrazo de febrero



Febrero alarga sus dedos otra vez para coger mi mano y no hace ni un año que lo dejé. Se cumplen seis desde que vi La escafandra y la mariposa, desde entonces temo el abrazo de febrero. Raramente me ocurre pero nos pude evitar las lágrimas; luego, por fortuna me invitaron a tarta de chocolate. Hubo una escena que hizo pasar por mi corazón imágenes que constituyen un tesoro para mi. Los afectos que han sido mis cimentos estaban ahí, intactos.

Julian Schnabel es un conocido pintor que se estrenó como director de cine con Antes de que anochezca, la biografía de Reinaldo Arenas. En La escafandra y la mariposa recrea la vida de Jean Jaques Bauby, director jefe de la revista Elle France. Tras un accidente vascular, Bauby parece quedar condenado a la incomunicación dentro de su propio cuerpo, pero su tesón y el de los médicos que lo atendieron consigue que la mariposa salga de la escafandra en que se ha convertido su cuerpo.

La película arranca con La mer en la versión clásica de Charles Trenet a la vez que se van sucediendo radiografías anunciándonos de manera indirecta lo que va a suceder en la historia. Para narrarla, Schnabel recurre a diálogos interiores, flashbacks, ensoñaciones... en una de estas vemos al protagonista durante una cena romántica con una de sus enfermeras: la comida inunda una mesa que ellos comen con las manos: ostras, mariscos, vinos...; las imágenes están llenas de sensualidad.

Para Bauby su cuerpo era una jaula, su libertad comienza en el vuelo de su imaginación que junto con el aleteo de su ojo izquierdo es lo único que le queda.


Me imagino que las ostras son para cualquier estación pero aquí son para febrero porque queremos acompañar a Jean Jacques en esa comida que le devuelve la vida y la ilusión. Todos sabemos que la comida alimenta nuestro cuerpo pero también reconocemos que es mucho más; en ocasiones puede ser la brisa que sostenga el liviano peso de una mariposa, nuestra imaginación. 

*Aquí podéis ver la película completa… en francés.

domingo, 12 de enero de 2014

Los días en calma




                                                                                                     "dame la luz del mundo, Jan Veermer"

Volvemos a la rutina, a la normalidad, a la cotidianeidad, volvemos después de unos días de fiesta para observar la vida pasar, para asomarnos a nuestro interior y ver cómo hemos cambiado.

Si pienso en paz, tranquilidad, serenidad, siempre viene a mi cabeza Veermer, el pintor de la intimidad. Es curioso, porque sus obras muchas veces nos acercan a una extraña cotidianeidad: vemos a la gente en sus quehaceres y nos sentimos intrusos en sus vidas. Pues podemos observarlos casi sin distancia. como el gran pintor que es, Veermer consigue abolir las distancias no sólo geográficas, sino también temporales: nada de lo que vemos nos resulta extraño y nosotros mismos podríamos detenernos junto a la mujer que teje o a jugar con los niños: es el milagro de lo cotidiano.




Ya he hablado de este pintor en el blog, en concreto, de La lechera una de mis obras de arte preferidas. Todos lo conocéis y no creo que sea necesaria más información.



Lo que me aturde y me apabulla del holandés es su capacidad para provocar en nosotros  sorpresa y curiosidad, hasta asombro. De repente, nos damos cuenta de que estamos observando detenidamente la vida de otra gente, aquello que suele hurtarse a la vista y nos descubrimos mirándola, una vida que no es la nuestra, pero está en nosotros: con su manera de mirar Veermer es capaz de alumbrar nuestra existencia desde una distancia de siglos y hace que en nuestro corazón esté, como dice el poeta, cada vez más gente que no está.




Los días vuelven a ser lo que eran; nosotros, a nuestras ocupaciones, se diría que el tiempo se aplana, pierde densidad, porque al lunes no sigue el fin de año, sino el predecible martes… quizás tengamos la sensación de que todo se hace de un gris, anodino, pero en esa normalidad—como la del cielo en estos días de un otoñal invierno con los que hemos despedido el año—podemos encontrar lo extraordinario: sólo hay que saber mirar, como hace Veermer: el gris de su cielo nos golpea como una revelación; quisiéramos volver a ser niños que juegan en la acera mientras los adultos andan a lo suyo, esas cosas que parecen tan importantes y en las que gastamos la vida. Quizás el mayor prodigio sea el pan nuestro de cada día, sí, otra vez pan, lo cotidiano, pues es en el presente donde nos dejamos la piel.



*La receta es del libro Pan casero de Ibán Yarza, una maravilla.

jueves, 2 de enero de 2014

COMIDA`S: hasta el infinito

¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

Sé que vengo de una familia en la que la alimentación era (y es) muy importante. En mi casa siempre nos hemos preocupado por comer bien; así lo he vivido aunque con la edad una ha ido tomando decisiones y haciendo mis propias opciones.  Hay alimentos y recetas que tengo asociados directamente con recuerdos, días de fiesta o estaciones; algunos que adoro; otros los rechazo con rotundidad, pero de todo eso he aprendido.

Hay cosas que tengo muy claras y sé con certeza: me gusta cocinar, me relaja y me evade, como también lo hacen la fotografía, la lectura, el  arte y la música.




Vengo de un blog  en el que recreo esas realidades, como decía en el anterior post, mis cosas bonitas, y no, no voy a dejarlo, como mucho me habéis preguntado porque entre otras cosas me da vida.  La letra con salsa entra seguirá adelante con todas esas cosas bonitas y alguna más que va a ir apareciendo y os quiero contar.




Quizás como fruto de este placentero trabajo  ahora soy colaboradora de una nueva revista digital llamada COMIDA`S, una publicación “basada en el acto de comer”.  En ella colaboran entre otros  Pedro Álvarez ( fundador de gastromedia.es @zampus), Jaime Victoria (co-fundador de Panes y Peces @dejvictoria), Jorge Guitián (@jorgeguitian), Iñigo Aguirre (@umamimadrid). Vuelvo al inicio y hasta el infinito.


Un puñado de arroz
(lo más pequeño dura),
el olor a manzanas,
la luz esquiva que huye en los cristales,
el asombroso tiempo que nos pone
en las manos el don de no olvidar.
Nos queda todo eso,
como si nos quedara el infinito.


Carlos Pujol