Lo siento: no pude robar un cuadro,
pues eso era exactamente lo que pensaba traeros de Madrid; pero no lo he
conseguido: el Museo Thyssen estaba demasiado lleno y, además, está la dichosa
manía de la seguridad que me ha impedido llevar a cabo mis planes. Recordaba en
el tren de regreso a Audrey Hepburn y a Peter O´Toole en Cómo robar un millón de la que ya os he
hablado aquí.
¿Qué cuadro quería traeros? Aunque
la elección era difícil, me decidí por El
aparador porque está lleno de fruta, vino y bizcochos de soletilla,
alimentos perfectos para una merienda. Claro que en Madrid he visto mil cosas;
he ido a sitios encantadores; he abierto muchísimo los ojos, pero nunca tanto
como frente a los colores de Cézanne: son hipnóticos, al menos en mí ejercen
una atrayente influencia que es muy difícil evitar. Y no creáis, Bill Viola
también me tentó; pero quizás en su quietud un lienzo o acuarela de Cézanne me
lleva más cerca de vosotros: las pantallas tienen algo de frialdad que no me
parece conveniente para regalar.
Últimamente me obsesionan los
bodegones. No sé por qué de un tiempo a esta parte aparecen por todos lados.
Los del pintor francés son realmente especiales, porque introducen la
naturaleza en el cuadro y no me refiero, como alguien podría pensar, sólo a la
fruta… No, porque si nos colocamos delante del cuadro y lo observamos bien
veremos uno de los paisajes predilectos del pintor francés, las montañas de St.
Victorie, que pintó en múltiples ocasiones. Así, este bodegón no es sólo una
composición sobre viandas, sino algo más: la naturaleza que entra en el
aparador o, si lo preferís, el aparador como marco del universo natural.
Ciertamente, todo se halla muy estilizado y se aprecia ya la tendencia de
Cézanne a llevar los elementos naturales a sus formas geométricas básicas, una
tendencia que irá creciendo con el tiempo y que hace del pintor francés un
antecedente directo del cubismo si no el primer cubista. En una carta a Émile
Bernard decía: “trate a la naturaleza
mediante el cilindro, la esfera, el cono, todo puesto en perspectiva, de forma
tal que cada lado de un objeto de un plano se dirija hacia un punto central.”
Sin embargo, son los colores los que atraen mi atención: sobre la superficie
del aparador, en marcado contraste, el
blanco del paño sobre el que reposan prodigiosamente los colores naranjas y
amarillos; sobre otro blanco, en el que son las sombras las encargadas de crear
una superficie reflejada sobre la piedra brillante del aparador, los bizcochos
de soletilla con un color ligeramente diferente de las frutas que asoman por
detrás. La copa, transparente y blanca al mismo tiempo, deja pasar la luz hacia
la botella de vino, que es una sorpresa, pues el objeto adquiere su forma
gracias únicamente al color más denso
del borgoña y a los reflejos de luz, que curvan la superficie plana. Arriba,
sobre la repisa, otra vez los juegos de sombras, blancos y amarillos. Me
maravilla que Cézanne haya sabido crear con tan pocos colores esa humilde
explosión de luz en un mueble sencilla, situado en algún rincón de nuestras
casas; no obstante continuaba diciéndole a Bernard: “la naturaleza, para
nosotros los hombres, es más profundidad que superficie, de ahí la necesidad de
introducir en nuestras vibraciones de luz, representadas por los rojos y lo
amarillos, una cantidad suficiente de azules, para hacer sentir el aire.”
Antes he dicho que he abierto muchísimo los ojos, pero
ahora pienso que no me he expresado con precisión, pues más bien me han abierto los ojos todas esas obras
de arte que he contemplado. Son ellas las que nos enseñan a mirar, pues
aprendemos a ver siempre gracias a los ojos de los otros y sólo de esa manera
alcanzamos nuestro propio modo de ver las cosas. En cocina nos pasa lo mismo:
nos enseñan a comer, en principio, nuestros padres, y después vamos tomando
nuestras propias decisiones y aparecen nuestras predilecciones. También
nuestras vivencias y experiencias forman parte de nuestros gustos culinarios.
En mi caso he buscado mucho, me he informado y me he dado cuenta de que como
casi en todo (arte, fotografía, literatura, música, moda…), el contraste es lo
que me seduce y cautiva; lo sé por mí misma: estoy segura cuando algo me gusta;
por ejemplo, me encanta esta receta de No más de mamá, unos chicos rompedores. Su
libro está lleno de recetas sorprendentes y de mezclas improbables, sabores que
combaten entre sí y, precisamente, por eso me conquistan.
8 comentarios:
Las fotografías son magníficas: la de la receta y la de las dos manzanas son sencillamente perfectas.Me encanta la entrada y lástima lo del cuadro.
Me encanta todo, aunque hoy no me llevo música..
La receta casi no pude leerla, pero lo haré nuevamente con más luz porque pienso hacerla, tengo todo en casa.
Bss.
Me maravilla Cézanne, y he disfrutado mucho tus comentarios sobre el cuadro.
No me llevo tu receta porque no me gusta el apio, pero sí me llevo en la retina tus preciosas fotos. Ese bodegón lleno de luz, vibrante, equilibrado, atractivo...
Qué manía con poner seguridad en los museos, con lo bien que nos vendría sin, jajaja, aunque admiro la pintura y mucho, con el tiempo me quedo con la biografía de los pintores, me llevan a entender más su trabajo, que a veces no me es fácil. Aunque fácil es la ensalada y bien rica, me vendría bien para contemplar el cuadro desde el sillón, comiéndola despacito.
Un besito
Esta receta pinta muy bien, Ernestina!! Yo soy de ensaladitas, y esta me la comía encantada!
Oye, de saber que estaba por Madrid, podíamos haber quedado a tomar un café, habría sido un honor y un placer, ya lo sabes para la próxima... ;-)
Preciosas fotos, como siempre...
Un beso,
Aurélie
como sp es un placer pasar por tu blog me quedo y me quedo viendo todas las entradas que me encantan.Bss
qué post tan provechoso! me ha encantado leer tu comentario sobre el cuadro, también la receta y descubrir ese blog!!! gracias otra vez!!
La combinación de apio, manzana, nueces y un lácteo es una la ensalada clásica y buenísima.
Tu bodegón bien vivo :=)
Un saludito
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