Volvemos a la rutina, a la normalidad, a la
cotidianeidad, volvemos después de unos días de fiesta para observar la vida
pasar, para asomarnos a nuestro interior y ver cómo hemos cambiado.
Si pienso en paz, tranquilidad, serenidad,
siempre viene a mi cabeza Veermer, el pintor de la intimidad. Es curioso,
porque sus obras muchas veces nos acercan a una extraña cotidianeidad: vemos a
la gente en sus quehaceres y nos sentimos intrusos en sus vidas. Pues podemos
observarlos casi sin distancia. como el gran pintor que es, Veermer consigue
abolir las distancias no sólo geográficas, sino también temporales: nada de lo
que vemos nos resulta extraño y nosotros mismos podríamos detenernos junto a la
mujer que teje o a jugar con los niños: es el milagro de lo cotidiano.
Ya he hablado de este pintor en el blog, en
concreto, de La lechera una de mis obras de arte preferidas. Todos lo conocéis
y no creo que sea necesaria más información.
Lo que me aturde y me apabulla del holandés es su
capacidad para provocar en nosotros
sorpresa y curiosidad, hasta asombro. De repente, nos damos cuenta de
que estamos observando detenidamente la vida de otra gente, aquello que suele
hurtarse a la vista y nos descubrimos mirándola, una vida que no es la nuestra,
pero está en nosotros: con su manera de mirar Veermer es capaz de alumbrar
nuestra existencia desde una distancia de siglos y hace que en nuestro corazón
esté, como dice el poeta, cada vez más gente que no está.
Los días vuelven a ser lo que eran; nosotros, a
nuestras ocupaciones, se diría que el tiempo se aplana, pierde densidad, porque
al lunes no sigue el fin de año, sino el predecible martes… quizás tengamos la
sensación de que todo se hace de un gris, anodino, pero en esa normalidad—como
la del cielo en estos días de un otoñal invierno con los que hemos despedido el
año—podemos encontrar lo extraordinario: sólo hay que saber mirar, como hace Veermer:
el gris de su cielo nos golpea como una revelación; quisiéramos volver a ser
niños que juegan en la acera mientras los adultos andan a lo suyo, esas cosas
que parecen tan importantes y en las que gastamos la vida. Quizás el mayor
prodigio sea el pan nuestro de cada día, sí, otra vez pan, lo cotidiano, pues
es en el presente donde nos dejamos la piel.
*La receta es del libro Pan casero de Ibán Yarza, una maravilla.
Has hecho un post maravilloso y también creo que la vuelta a la normalidad no tiene que ser triste. Alegría
ResponderEliminarBienvenida al mundo blogero! ;) Una buena receta para empezar un nuevo año. Besos
ResponderEliminar¡¡¡¡Que me ha gustado!!!!!!! ver el pan, los comentarios, si me gusta, me hace sentir bien.
ResponderEliminarDesde que empezó el año no he votado las recetas de 1080 recetas. ¿ Hay que seguir votado las recetas cuando termina el año?
Si se pueden juntar arte y pan y hacer que esta mezcla sea de lo mejor eso es maravilloso y tú lo consigues siempre, me encanta el cuadro y no me importaría estar sentada delante de él comiendo un poco de este rico pan.
ResponderEliminarUn besito
Una receta de Ibán Yarza no puede fallar. Se ve fantástico.
ResponderEliminarBesos