Visión de la memoria
Una mañana de junio, demasiado temprano
para despertar, pero tarde para volver a dormirse.
Tengo que salir al verdor que está lleno
de recuerdos, y ellos me siguen con la mirada.
No se ven, se funden totalmente
con el fondo, camaleones perfectos.
Estoy a un paso de oírlos respirar
pero el canto del pájaro ensordece.
Thomas Tranströmer.
Resumen del día: agotamiento, cansancio, flojera,
somnolencia, tristeza…pero hay dos cosas que me despertaron: el emocionante
discurso de Vincent Lindon al recibir la Palma de Oro en Cannes, como mejor
actor por La loi du marche, y un
artículo de Leila Guerriero llamado ¿Dónde
estás?
He pensado mucho en la dos cosas en las última horas,
he pensado en mi padre, he pensado en mi madre, que también se ponía
minifaldas, como la madre del artículo de Leila. Como el padre de Vincent, mi padre ya no
está, y es verdad lo que dice, “quiero recordar a mi madre que ya no está y a
mi padre que ya no está. Y cuando pienso que he hecho todo esto para que ellos
me vieran y ellos no están. Voilà". Conmovedor por su forma de decirlo, por su
sensibilidad. (Todo esto me lleva a
otra idea sobre los hombres que me gustan y Carolina de Mónaco, algún día lo
haré)
Ahora hace quince años que mi padre no está, y yo,
como Vincent Lindon, llevo toda la vida haciendo las cosas para que él las
viera; y ahora el ya no está. Hace mucho tiempo que no está; no ha visto cómo
he trabajado, cómo aprobé unas oposiciones, cómo durante un tiempo tuve una
vida más o menos estable, cómo luché por hacer cosas que me gustaban (mientras
me ganaba la vida), cómo he hecho este blog, cómo he publicado fotos, cómo me
he hecho aún más fuerte. Ni cómo lo echo de menos. Él no está para ver nada.
Vincent Lindon tiene cuatro años más que mi padre
cuando nos dejó y ese aspecto de hombre trabajador, de hombre que ha trabajado
toda su vida. Vincent Lindon tiene ahora su recompensa. Mi padre trabajó toda
su vida y se la arrebataron en unos segundos. Mi padre no tuvo su recompensa. Y
yo he hecho cosas y hago cosas que él no ha podido ver. Y mis hermanos han
hecho cosas y hacen cosas que él no ha podido ver. Todos hemos hecho cosas que
él no ha podido ver. Esa sería su recompensa, y como Leila Guerriero, yo no
aplaudo pero escribo “para no gritar o para no morirme o la dos cosas”.
Parecido terminal
La última vez que vi a mi padre, ambos hicimos la
misma cosa.
Él estaba de pie en la puerta del salón
esperando que yo terminase de hablar por teléfono.
que no estuviera señalando su reloj
era un signo de que quería conversar.
Para nosotros, conversar era siempre lo mismo.
Él decía unas cuantas palabras. Yo respondía con otras.
Eso era todo.
Fue a finales de agosto, hacía mucho calor, había mucha
humedad.
junto a la puerta de al lado, los albañiles vertían grava
nueva en el camino de entrada.
Mi padre y yo evitábamos quedarnos a solas;
no sabíamos cómo conectar, cómo entablar una
conversación cualquiera.
No parecía haber
otras posibilidades.
O sea, que aquello era especial: cuando un hombre se
muere,
tiene un tema.
Debía ser muy pronto aún. Calle arriba y calle abajo
los aspersores se iban encendiendo. La camioneta del
jardinero
apareció al final de la manzana,
luego se detuvo, aparcó.
Mi padre quería contarme cómo era morirse.
Me dijo que no sufría.
Me dijo que se anticipaba al dolor, que lo esperaba, pero
que no llegaba nunca.
Tan sólo sentía cierta debilidad.
Le dije que me alegraba por él, que era un hombre con
suerte.
Algunos maridos subían al coche, iban al trabajo.
Gente que ya no conocíamos de nada, familias nuevas
con hijos pequeños.
Las mujeres, de pie en los escalones, gesticulaban
llamando a alguien.
Nos dijimos adiós como de costumbre,
sin abrazarnos, sin dramatizar.
Cuando el taxi llegó, mis padres me miraron desde la
puerta de entrada,
cogidos del brazo. Mi madre lanzaba besos, como
siempre,
porque le da miedo que una mano no se use.
Pero mi padre no se limitó a a quedarse allí, de pie.
Esta vez me dijo adiós con la mano.
Y yo hice lo mismo, desde la puerta del taxi.
Agité mi mano, como él, para disfrazar el temblor.
Louse Glück. Ararat