¿Cómo se expresa lo
que no se sabe que se siente? ¿Siente uno lo que no sabe que siente? ¿Nos
volvemos insensibles con el paso del tiempo? ¿De tanto sentir nuestro espíritu
se agota? ¿Revela la obra de arte del artista más de lo que sabe o cree? ¿Puede
un paisaje revelar lo profundo de nosotros?
A veces me sorprenden
estas preguntas y muchas otras contemplando las cosas que me gustan. Ante estas
me asaltan ideas, me sugieren sensaciones; pero nunca he llegado a saber si el
autor sabe que quería producir eso o sí sabía que lo había expresado, porque la
obra va mucho más allá de la intención querida directamente por el artista.
Gerand Richter es un artista alemán que vivió
la Segunda Guerra Mundial y conoció la reducción de su ciudad, Dresde, la
llamada Florencia del Elba, a cenizas. Richter había nacido en 1932 y sólo
contaba trece años cuando la aviación de las fuerzas aliadas—acaban de
cumplirse setenta años del desembarco en Normandía—incendió el aire de la
ciudad. el traslado de la familia a Walterstorf en 1943 los salvó de
morir en el bombardeo; pero supongo que aquella experiencia marcó profundamente
la vida del adolescente que por aquel tiempo era Richter. quizás por eso—por su
rechazo a la barbarie de cualquier tipo—se puede apreciar en Richter un
verdadero amor por la naturaleza, que queda reflejado en sus paisajes. en este
sentido, esto revelan algo de Richter, pero no sólo su traumática experiencia.
sin duda su vida también ha estado marcada por haberse quedado en la zona rusa
de Alemania (la hoy extinta RDA) de la que sólo salió en 1961, poco antes de la
construcción del Muro de Berlín.
Personalmente,
algunos retratos de Richter me parecen desasosegantes, pues la técnica que
emplea (pintar sobre fotografías) hace que los rostros parecen deshacerse en la
confusión. el trasfondo de esto podría ser la crisis personal de identidad (no
saber que se siente, qué se tiene y adónde se va)y la búsqueda de un “yo”
(quizás un hogar) en el que el artista pueda reposar. como dice un conocido
sociólogo, la identidad se vuelve líquida. Sin embargo, hoy quiero fijarme en
sus paisajes en los que, empleando la técnica a la que ya me he referido, los
resultados son distintos, pues la naturaleza parece envuelta en un halo de
misterio: no es un puro objeto, no es una “cosa” y no está disponible para su
manipulación técnica. se me ocurre pensar que su técnica apunta a eso: la
reproducción mecánica (fotográfica) no capta el verdadero ser de la naturaleza
(el bosque, el mar…) y sólo el ojo humano, merced al trabajo del artista,
puede reconciliarnos con ella. hay que
aprender a mirar sin buscar, por decirlo así, detrás de las cosas, sino en la
profundidad de las cosas mismas.
El
salmorejo de manzana que propongo hoy podría haberse inspirado en uno de sus
bodegones de manzana; sin embargo, la reflexión sobre la técnica me ha hecho
pensar que también en la cocina hay que ver en la profundidad de los mismos
alimentos: no basta con seguir unas instrucciones mecánicas, no basta poseer
una técnica culinaria (por muy refinada que sea), porque comer—como mirar—es un
acto humano y no debemos reducirlo a un simple intercambio. Es cierto que
podemos manipular técnicamente los alimentos, pero la verdad es que la comida
no sólo alimenta nuestro cuerpo. Cocinando también expresamos cosas que no
sabemos que estamos diciendo, el salmorejo habla de una vida verdadera.
Precioso color el de ese salmorejo, merece estar en tus alimentos para el alma también....
ResponderEliminarPrecioso Ritcher y como siempre, interesantes observaciones tuyas (y estupenda receta). La cocina, como saber práctico, no puede reducirse a unas normas mecánicas. Aristóteles ya lo tenía claro en eso de los saberes prácticos y nunca hubiera dado una regla general. Cada alimento es diferente, y también las circunstancias en que se prepara y se come. Aunque la industria tienda a homogeneizar, tenemos facultades de sobra para disfrutar, distinguir y cocinar. Humanos que somos...
ResponderEliminarBesos
El salmorejo me resulta extraño por el color, porque nunca había visto uno con ese verde tan intenso, pero las fotos, bellísimas, me lo hacen apetecible: ¿a qué sabe un salmorejo con rúcula? Tendré que hacerlo y espeto darle algún toque propio.
ResponderEliminarbuff qué original!..esto sí que no lo había visto nunca!..adoro el gazpacho, el salmorejo y todo los derivados..así que este seguro que me encanta!
ResponderEliminarPienso como tu, sus obras imprimen desasosiego, tapan la realidad, y la transforma a su ser.Pero simplemente el que nos mueva por dentro ya consigue algo, y es lo que lo diferencia del resto, ese algo que nos conmueve para mal o para bien. Supongo que vivir en la zona rusa, RDA, marcó su vida, en fin, desde luego ha sido un descubrimiento. Gracias por estas entradas donde lo culinario se convierte... en algo mas, más grande. Por cierto, no se me escapa el salmorejo de manzana, eso también es arte. un besazo.
ResponderEliminarDifícil saber cierto lo que pasaba por su cabeza, sus obras seguramente nos hablen más de lo que él lo hacía, o sí y con ellas sacaba lo que había dentro de él... y sí, comparto contigo que cuando cocinamos expresamos cosas más allá de un simple plato, cuando no es rutina, o bueno, quizás también en eso. Salmorejo de manzana?, estoy gratamente sorprendida.
ResponderEliminarUn beso