miércoles, 25 de junio de 2014

El café que estrenaba las mañanas



A las tres de la tarde
de aquel trece de marzo,
la voz de mi hermano Ignacio en el teléfono:
"¿Puedes regresar?"
Y yo que quería contarle
del alba en California;
del cartel de la ballena jorobada
—cuarenta toneladas de energía
saltando en algún lugar de Alaska—;
del libro sobre la ballena spermacetti,
la Moby Dick que acometió al Pequod
y echó a pique los sueños
de su capitán alucinado;
del café que estrenaba las mañanas
con su campana oscura;
de las rubias empleadas de las tiendas
que en mi sed de comprar reconocían
las huellas del amor recién nacido.

¿Padre, hubieras querido que tu primer hijo
diera la mala nueva de que ya éramos menos?
En tus treinta minutos de agonía,
con el pie en el estribo de otro tren,
¿te acordaste de sus primeros pasos
cuando al pie de las sillas de montar
posaba como un pequeño Buda,
grave y solemne como los niños tristes?

"¿Puedes regresar?" Me dijo Ignacio.
Debajo de sus palabras se anunciaba
el valeroso miedo de ser débil,
la rabia por no soltar la brida del caballo.

Era, como en los Viernes Santos,
la hora en que llegó la quinta herida,
en aquel cuarto oscuro de Los Ángeles
donde Ignacio quería decirme, dijo, me decía
que a la tribu por ti capitaneada
la diezmaban de tajo,
que te ibas de plano, y nosotros contigo.
Y mientras yo pensaba que la vida
era para mi sed un mar pequeño,
te tirabas —sereno— de aquel puente
para dar comienzo a las preguntas.




Vicente Quirarte es un poeta y escritor mexicano nacido en 1954. Trabaja en la Universidad Autónoma de México D.F y ha ganado varios premios de ensayo y poesía. Este poema está incluido en Esa cosa tan de siempre editado por Pre-Textos.


Y mi hermano mellizo se llama Ignacio.



domingo, 15 de junio de 2014

Así es la vida

Así es la vida:

Recordar a la persona que me preguntaba invariablemente quién cantaba al oír el primer susurro de Frank Sinatra.
Eso es lo que dice todo el mundo: a veces estás arriba, otras abajo pero sé que estaré bien en junio.


Dije así es la vida:

Y aunque algunas persona disfruten pisoteando tesoros, no me desanimo porque el  mundo sigue dando vueltas y me queda mucho que ver y escuchar.

He sido esto, aquello, lo otro y lo de más allá.  Y aunque he caído muchas veces,  siempre, siempre he vuelto a la carrera.


Así es  la vida:

Puedo obviarla, rechazarla, incluso pensé dejarla, pero no, y si no pensara que vale un intento (“por lo bueno, por  lo malo y por el amor de Dios”, como diría Szymborska) volaría en vez de correr.

He sido esto, aquello, lo otro y lo de más allá.  Y aunque he caído muchas veces,  siempre, siempre he vuelto a la carrera.


Así es  la vida :

No puedo obviarla, pensé en dejarla, pero algo que me entusiasme aparecerá en julio.



Esto lo sabía Frank Sinatra.  La canción de la que hablamos hoy le llegó en 1966,  cuando pasaba un momento delicado (se estaba divorciando de Mia Farrow) y los nuevos grupos musicales ejercían de competencia en la listas musicales de Estados Unidos.
Una frase que aparentemente puede resultar negativa, Así es la vida, es tomada por Dean Kay (compositor del tema) y con su audacia añadida de La Voz le dan una vuelta de tuerca y la convierten en un tema positivo.  Eso es está ensalada: empezar de nuevo, desde el principio, con un desayuno sano, colorido y lleno de energía para esperar lo mejor de la vida. Sinatra lo sabía:  hay que vivir la vida llena de alegría, dejando atrás las penas y los fracasos porque lo mejor está por llegar y si no, esperen y vean.


Como me enseñaron, a sus pies, señor Sinatra.

domingo, 8 de junio de 2014

Decir lo que no se sabe

¿Cómo se expresa lo que no se sabe que se siente? ¿Siente uno lo que no sabe que siente? ¿Nos volvemos insensibles con el paso del tiempo? ¿De tanto sentir nuestro espíritu se agota? ¿Revela la obra de arte del artista más de lo que sabe o cree? ¿Puede un paisaje revelar lo profundo de nosotros?




A veces me sorprenden estas preguntas y muchas otras contemplando las cosas que me gustan. Ante estas me asaltan ideas, me sugieren sensaciones; pero nunca he llegado a saber si el autor sabe que quería producir eso o sí sabía que lo había expresado, porque la obra va mucho más allá de la intención querida directamente por el artista.



Gerand Richter es un artista alemán que vivió la Segunda Guerra Mundial y conoció la reducción de su ciudad, Dresde, la llamada Florencia del Elba, a cenizas. Richter había nacido en 1932 y sólo contaba trece años cuando la aviación de las fuerzas aliadas—acaban de cumplirse setenta años del desembarco en Normandía—incendió el aire de la ciudad. el traslado de la familia a  Walterstorf en 1943 los salvó de morir en el bombardeo; pero supongo que aquella experiencia marcó profundamente la vida del adolescente que por aquel tiempo era Richter. quizás por eso—por su rechazo a la barbarie de cualquier tipo—se puede apreciar en Richter un verdadero amor por la naturaleza, que queda reflejado en sus paisajes. en este sentido, esto revelan algo de Richter, pero no sólo su traumática experiencia. sin duda su vida también ha estado marcada por haberse quedado en la zona rusa de Alemania (la hoy extinta RDA) de la que sólo salió en 1961, poco antes de la construcción del Muro de Berlín.


Personalmente, algunos retratos de Richter me parecen desasosegantes, pues la técnica que emplea (pintar sobre fotografías) hace que los rostros parecen deshacerse en la confusión. el trasfondo de esto podría ser la crisis personal de identidad (no saber que se siente, qué se tiene y adónde se va)y la búsqueda de un “yo” (quizás un hogar) en el que el artista pueda reposar. como dice un conocido sociólogo, la identidad se vuelve líquida. Sin embargo, hoy quiero fijarme en sus paisajes en los que, empleando la técnica a la que ya me he referido, los resultados son distintos, pues la naturaleza parece envuelta en un halo de misterio: no es un puro objeto, no es una “cosa” y no está disponible para su manipulación técnica. se me ocurre pensar que su técnica apunta a eso: la reproducción mecánica (fotográfica) no capta el verdadero ser de la naturaleza (el bosque, el mar…) y sólo el ojo humano, merced al trabajo del artista, puede  reconciliarnos con ella. hay que aprender a mirar sin buscar, por decirlo así, detrás de las cosas, sino en la profundidad de las cosas mismas.




El salmorejo de manzana que propongo hoy podría haberse inspirado en uno de sus bodegones de manzana; sin embargo, la reflexión sobre la técnica me ha hecho pensar que también en la cocina hay que ver en la profundidad de los mismos alimentos: no basta con seguir unas instrucciones mecánicas, no basta poseer una técnica culinaria (por muy refinada que sea), porque comer—como mirar—es un acto humano y no debemos reducirlo a un simple intercambio. Es cierto que podemos manipular técnicamente los alimentos, pero la verdad es que la comida no sólo alimenta nuestro cuerpo. Cocinando también expresamos cosas que no sabemos que estamos diciendo, el salmorejo habla de una vida verdadera.