domingo, 27 de abril de 2014

¿Sueñan los robots con ricas ensaladas?




Si la semana pasada hablaba de que el problema está en nosotros mismos, conocía de antemano una hipnótica canción que dice prácticamente lo mismo: somos robots.


Desde que escuché por primera vez esta tema de Damon Albarn me enganchó, algo que me suele ocurrir con las cosas que me gustan mucho; pero, además, esta melodía, esta sonoridad tiene algo de adictivo: no puedo parar de escucharla. Pertenece a su nuevo álbum y se llama Everyday robots.


El ritmo de la canción revela un mundo robotizado, lleno de imágenes, de móviles, de pantallas táctiles que llaman nuestra atención y nos hacen posar la mirada lejos de los ojos de la gente. Ya no buscamos al otro, no tenemos que buscar otra mirada, sólo figurar y disimular en un mundo de apariencia, en un mundo de mentira... Buscamos a otro robot, idéntico a nosotros. La canción dice que estamos fuera de nosotros mismos: de hecho, cuando miramos a los otros que van a nuestro lado en el autobús o en el tren no vemos nada, sólo nuestro reflejo.


La pregunta que me sugiere esta realidad es cómo podemos recuperar nuestra humanidad, cómo diferenciarnos de los robots o de los animales. Y aquí, en la cocina, encuentro una respuesta posible, pues desde que los hombres somos tales, cocinamos. Pero la cocina no es sólo comer, sino un proceso que nos pone en relación con los otros (como los comentarios y las recetas que habéis sugerido nos han puesto en relación) desde el momento de la compra, en el mercado o en la tienda de nuestro barrio hasta la hora de sentarnos a la mesa pendientes del otro pasando por las charlas en la cocina acompañadas siempre, como bien dice Almoraima, de un copa de vino. Sí, la cocina puede hacernos recuperar esas interioridad que las prisas nos roba con tanta facilidad. Y digo puede porque también ella está en peligro: ¿no conocemos la cocina basura o los lugares de comida rápida que tienen medido hasta el tiempo que ocupamos en las mesas? Nosotros tenemos la posibilidad de hacer que nuestras cocinas sean una fuente de humanización pues, como decimos a veces, la cocina es el corazón de  nuestras casas.



Y hablando de corazón, gracias a todos por vuestras sugerencias con la receta de la semana pasada. Ahí va una que reúne un poco de todo lo que habéis pedido porque alimentarnos supone estar a gusto con nosotros, sentirnos bien y preocuparnos por los demás. La quinoa es ideal para los que no comemos carne por su aporte protéico, un toque de especias con el pesto de perejil y una mezcla de frutos secos: avellanas, nueces, arándano rojo seco, pasas y un aliño con jengibre para refrescar nuestras vidas y despertarnos de esa apatía vital: no, no somos robots.





domingo, 20 de abril de 2014

Comerse la tristeza



A veces me embarco en una apatía vital que me lleva a navegar por aguas un tanto oscuras. Muchas veces me paro a pensar por qué  me sucede esto y me pregunto por su origen: siempre hay alguna causa más o  menos cercana pero el problema esta en lo profundo y no en la superficie.

Hace poco conocí a un filósofo coreano asentando en Alemania,  Byung Chul Han, cuya obra aborda los problemas fundamentales del hombre contemporáneo. En España se han publicado tres libros suyos, el último  La agonía del Eros, los anteriores: La sociedad del cansancio y La sociedad de la transparencia.  En todos ellos queda un poso común: antes los problemas atacaban al hombre desde el exterior, ahora es él mismo el que se ataca. “No cabe el uso de anticuerpos contra nosotros mismos” Por eso, tenemos que aprender a mirar al otro, sólo así podemos salvarnos.




Nos convertimos en solitarios narcisistas, el mundo se reduce a nosotros mismos  y en nuestro horizonte vital no aparece nada realmente diferente, todo parece reducido a un juego de espejos. Para Byung Chul Han la depresión no es otra cosa que la imposibilidad para salir de nosotros mismos; pero para eso nos hace falta el otro, una verdad diferente.

Es cierto que en nuestra sociedad anulamos las diferencias y se nos obliga a buscar “una igualdad”; en la cocina puede suceder en ocasiones lo mismo. No sólo son las prisas, sino nuestra propia capacidad para disfrutar del resultado y, por supuesto, del proceso creativo.


Si es verdad, como dice Han, que hoy llevamos al enemigo dentro , ¿no serían nuestras cocinas un lugar idóneo para invertir esa situación? Alimentarnos para hacer que la vida crezca desde dentro y gane en profundidad. Comer como una forma de compartir con los otros, no esperar sólo lo que nos gusta, sino ser capaces de abrirnos a experiencias diferentes. Por eso pensemos en nuestras modernas cocinas como lugares de encuentro,  lugares del ágape: comidas que estrechan lazos entre nosotros.


Por eso hoy no hay receta: cada uno de nosotros debe ofrecer la suya, diferente. ¿Alguna petición para la próxima semana?


domingo, 6 de abril de 2014

Mirar la vida de frente


"Iré yo misma a comprar las flores."


Mirar la vida de frente, eso es lo que hizo, y dejó escrito a su marido Virginia Woolf un 28 de marzo de hace ya algunos años. En una apasionante carta le dice: «Quiero decírtelo, aunque todo el mundo lo sabe. Si alguien hubiera podido salvarme, ése habrías sido tú. Lo he perdido todo salvo la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir echando a perder tu vida de este modo» Leonard y ella se conocieron de jóvenes formaron parte del grupo Bloomsbury y llegaron incluso a fundar una editorial, Hogarth Press.




Lo que me interesa y me llama la atención de la escritora es su capacidad de introspección, la utilización del monólogo interior y la calidad poética de sus novelas. Tengo en casa sus Diarios (1925-30) publicados por Siruela y en ellos se puede constatar su verdadera obsesión por la escritura, su prosa es una pulsión rítmica que recoge la caducidad de las cosas, ese estilo habla de su huida, de su miedo a parar y ser atrapada por la oscuridad. No descansaba nunca, porque detrás de la inactividad llegaba el decaimiento y nunca olvidaba el pasado que se hacía presente en todas sus novelas. Todo esto podemos advertirlo en Las Horas, una película que es como una matrisuka rusa, recoge tres historias de mujeres diferentes en un solo día, cada una dentro de otra, entre otras cosas, porque todas son la misma, todas están buscando un sentido a su existencia. Empezamos por Virginia, quien escribe La señora Dalloway, novela que está leyendo Laura  en los años 40, mujer que aparecerá en la vida de Clarissa sobre el año 2000.



La película juega con el tiempo y por eso nos hace tenerlo en cuenta, es importante tener conciencia de él y saber cómo podemos gestionarlo para aprovecharlo mejor. En la cocina el tiempo es esencial, hay recetas que necesitan estar en su punto, otras, con un simple toque de horno o sartén están listas y algunas que como el chucrut necesita tiempo para su fabricación:  un proceso de fermentación que conseguirá que el alimento sea mejor con el  paso del tiempo. Quizás es eso sólo lo que necesitamos, un poco más de tiempo, solo un poco más de tiempo para estar mejor.

Esta es una de las reflexiones que se podría hacer sobre Las Horas y yo misma me hago recordándome en el cine viendo esta película… ha pasado mucho tiempo y no he querido verla de nuevo hasta ahora, tanto me llegó a afectar, pero en el fondo, en el fondo todo sigue igual: Leonard siempre los años compartidos, siempre los años, siempre el amor, siempre las horas."
"Siempre las horas."