domingo, 2 de marzo de 2014

Lo prometido es deuda

          




  Lo siento: no pude robar un cuadro, pues eso era exactamente lo que pensaba traeros de Madrid; pero no lo he conseguido: el Museo Thyssen estaba demasiado lleno y, además, está la dichosa manía de la seguridad que me ha impedido llevar a cabo mis planes. Recordaba en el tren de regreso a Audrey Hepburn y a Peter O´Toole en Cómo robar un millón de la que ya os he hablado aquí.




            ¿Qué cuadro quería traeros? Aunque la elección era difícil, me decidí por El aparador porque está lleno de fruta, vino y bizcochos de soletilla, alimentos perfectos para una merienda. Claro que en Madrid he visto mil cosas; he ido a sitios encantadores; he abierto muchísimo los ojos, pero nunca tanto como frente a los colores de Cézanne: son hipnóticos, al menos en mí ejercen una atrayente influencia que es muy difícil evitar. Y no creáis, Bill Viola también me tentó; pero quizás en su quietud un lienzo o acuarela de Cézanne me lleva más cerca de vosotros: las pantallas tienen algo de frialdad que no me parece conveniente para regalar.

            Últimamente me obsesionan los bodegones. No sé por qué de un tiempo a esta parte aparecen por todos lados. Los del pintor francés son realmente especiales, porque introducen la naturaleza en el cuadro y no me refiero, como alguien podría pensar, sólo a la fruta… No, porque si nos colocamos delante del cuadro y lo observamos bien veremos uno de los paisajes predilectos del pintor francés, las montañas de St. Victorie, que pintó en múltiples ocasiones. Así, este bodegón no es sólo una composición sobre viandas, sino algo más: la naturaleza que entra en el aparador o, si lo preferís, el aparador como marco del universo natural. Ciertamente, todo se halla muy estilizado y se aprecia ya la tendencia de Cézanne a llevar los elementos naturales a sus formas geométricas básicas, una tendencia que irá creciendo con el tiempo y que hace del pintor francés un antecedente directo del cubismo si no el primer cubista. En una carta a Émile Bernard decía: “trate a la naturaleza mediante el cilindro, la esfera, el cono, todo puesto en perspectiva, de forma tal que cada lado de un objeto de un plano se dirija hacia un punto central.” Sin embargo, son los colores los que atraen mi atención: sobre la superficie del aparador, en marcado contraste,  el blanco del paño sobre el que reposan prodigiosamente los colores naranjas y amarillos; sobre otro blanco, en el que son las sombras las encargadas de crear una superficie reflejada sobre la piedra brillante del aparador, los bizcochos de soletilla con un color ligeramente diferente de las frutas que asoman por detrás. La copa, transparente y blanca al mismo tiempo, deja pasar la luz hacia la botella de vino, que es una sorpresa, pues el objeto adquiere su forma gracias  únicamente al color más denso del borgoña y a los reflejos de luz, que curvan la superficie plana. Arriba, sobre la repisa, otra vez los juegos de sombras, blancos y amarillos. Me maravilla que Cézanne haya sabido crear con tan pocos colores esa humilde explosión de luz en un mueble sencilla, situado en algún rincón de nuestras casas; no obstante continuaba diciéndole a Bernard: “la naturaleza, para nosotros los hombres, es más profundidad que superficie, de ahí la necesidad de introducir en nuestras vibraciones de luz, representadas por los rojos y lo amarillos, una cantidad suficiente de azules, para hacer sentir el aire.”





            Antes he dicho que he abierto muchísimo los ojos, pero ahora pienso que no me he expresado con precisión, pues más bien me han abierto los ojos todas esas obras de arte que he contemplado. Son ellas las que nos enseñan a mirar, pues aprendemos a ver siempre gracias a los ojos de los otros y sólo de esa manera alcanzamos nuestro propio modo de ver las cosas. En cocina nos pasa lo mismo: nos enseñan a comer, en principio, nuestros padres, y después vamos tomando nuestras propias decisiones y aparecen nuestras predilecciones. También nuestras vivencias y experiencias forman parte de nuestros gustos culinarios. En mi caso he buscado mucho, me he informado y me he dado cuenta de que como casi en todo (arte, fotografía, literatura, música, moda…), el contraste es lo que me seduce y cautiva; lo sé por mí misma: estoy segura cuando algo me gusta;  por ejemplo, me encanta esta receta de  No más de mamá, unos chicos rompedores. Su libro está lleno de recetas sorprendentes y de mezclas improbables, sabores que combaten entre sí y, precisamente, por eso me conquistan.



8 comentarios:

  1. Las fotografías son magníficas: la de la receta y la de las dos manzanas son sencillamente perfectas.Me encanta la entrada y lástima lo del cuadro.

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  2. Me encanta todo, aunque hoy no me llevo música..
    La receta casi no pude leerla, pero lo haré nuevamente con más luz porque pienso hacerla, tengo todo en casa.
    Bss.

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  3. Me maravilla Cézanne, y he disfrutado mucho tus comentarios sobre el cuadro.
    No me llevo tu receta porque no me gusta el apio, pero sí me llevo en la retina tus preciosas fotos. Ese bodegón lleno de luz, vibrante, equilibrado, atractivo...

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  4. Qué manía con poner seguridad en los museos, con lo bien que nos vendría sin, jajaja, aunque admiro la pintura y mucho, con el tiempo me quedo con la biografía de los pintores, me llevan a entender más su trabajo, que a veces no me es fácil. Aunque fácil es la ensalada y bien rica, me vendría bien para contemplar el cuadro desde el sillón, comiéndola despacito.
    Un besito

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  5. Esta receta pinta muy bien, Ernestina!! Yo soy de ensaladitas, y esta me la comía encantada!
    Oye, de saber que estaba por Madrid, podíamos haber quedado a tomar un café, habría sido un honor y un placer, ya lo sabes para la próxima... ;-)
    Preciosas fotos, como siempre...
    Un beso,
    Aurélie

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  6. como sp es un placer pasar por tu blog me quedo y me quedo viendo todas las entradas que me encantan.Bss

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  7. qué post tan provechoso! me ha encantado leer tu comentario sobre el cuadro, también la receta y descubrir ese blog!!! gracias otra vez!!

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  8. La combinación de apio, manzana, nueces y un lácteo es una la ensalada clásica y buenísima.
    Tu bodegón bien vivo :=)
    Un saludito

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