domingo, 31 de enero de 2016

No es sólo el cristal con que se mira


He de confesar que no había visto ninguna película de Ettore Scola, al menos, que tenga en mi memoria. Hasta hace unos días, cuando leí este maravilloso artículo de Fernando León de Aranoa, que es el director de películas de éxito como Barrio, Un día perfecto, Los lunes al sol y algunas más; por eso, sabe bien de lo que habla. Acierta porque es sincero, delicado, sensible, certero y se queda con la parte del cine que le interesa.

En el texto, publicado en El País, habla de su fascinación por las películas del italiano, cuando el director español estudiaba en la facultad y su personalidad estaba moldeándose. De todas ellas hay una que le atrae especialmente: Maccheroni. Así que de Maccheroni quiero hablaros.


La película, no tengo duda, es una maravilla: hay un pasado común, pero que en los recuerdos de los protagonistas parecen diferentes (por cierto, algo que últimamente me hace pensar bastante: “las versiones” que cada uno tenemos de nuestro pasado, las diferentes formas de verlo;  gracias también a The Affair) e incluso dos realidades distintas: una americana, otra italiana; una fría, otra apasionada; una ordenada, otra caótica; una seria, otra alegre, una verdadera, otra esotérica… ¿No somos nuestra memoria? Y un recuerdo diferente modela quizás una realidad diferente de manera que incluso habiendo recorrido el mismo camino, hemos marchado por sendas diferentes. Esto podría ser incluso cine dentro del cine, pues al salir de ver esta película con un amigo es posible que hayamos visto cosas distintas: donde uno vio pesimismo—porque el pesimismo estaba—, el otro vio esperanza—porque también estaba. No se trata de que inventemos la realidad, sino que la recordamos de diferente manera.


Pues bien, esas realidades confluyen en un momento determinante de la vida. Las dos son hermosas y luminosas, las dos merecen la pena; merecen la pena ser vividas y tal vez hacen más intensa la existencia, pues ésta es siempre más compleja de lo que nuestros ojos solitarios alcanzan a ver.


Podría haber hecho un pastel de nata, tan típico de Nápoles como su caótica circulación, porque la imagen que funciona como emblema de la película es aquella en la que, como niños pequeños, los dos amigos aparecen manchados de esa nata espesa y blanca. Conociendo mi tendencia a los dulces, quizás hubiera sido más fácil… Pero he decidido hacer unos macarrones no sólo porque dan nombre a la película, sino también porque aportan ese matiz de realidad múltiple y confusa, ese maravillosa realidad que genera en nosotros recuerdos tan diferentes.




domingo, 24 de enero de 2016

Al Este del Edén. Me muevo porque sé que vendrán mañanas más veloces.


"Me muevo porque sé que vendrán mañanas/ más veloces" son unos versos de Andrea Bernal en su libro Pájaros.

Me sigo moviendo porque sé que vendrán días mejores, cosas aún más hermosas, lugares aún más luminosos, momentos incluso más felices. 

Algunas de esas  cosas inesperadas ya han llegado. Os dejo con algunas de ellas: 

Esta canción para seguir hablando de correr. Y esta otra, además, es una canto a la vida y al amor.
Este libro que no tiene nada de efímero. 
Esta imagen para perdernos en ella. 
Una película que estaba deseando ver. 

domingo, 17 de enero de 2016

La forma de los colores




Han sido tantos los acontecimientos culturales que han sucedido últimamente que es casi imposible enumerarlo todos: aniversarios, obituarios, estrenos…, he leído tantos libros que me han gustado, visto películas y descubierto canciones que me siento apabullada y querría hablar sobre todo.



Recientemente, se produjo el fallecimiento de un pintor que siempre me ha llamado mucho la atención: Elllsworth Kelly. Kelly nació en Estados Unidos (1923) y ha sido considerado tanto  escultor como pintor abstracto, célebre por sus composiciones cromáticas.  Su vida es curiosa porque ejerció profesiones muy diversas: desde combatiente en la II Guerra Mundial como parte del ejército de Estados Unidos (si tal puede considerarse una profesión) hasta diseñador de prendas para esa institución.  Una vez terminada la guerra, fue expulsado del ejército y decidió matricularse en una escuela de bellas artes. Volvió a París, ahora sí, como pintor. En esta ciudad aprendió a dejarse llevar por las percepciones  y empezar con el juego del color.






¿No habéis jugado nunca a dar forma a la comida? ¿A buscar en ella objetos cotidianos? ¿No habéis encontrado una patata con forma de ..?




Ellsworth Kelly jugaba con las formas y los colores, igual que podemos hacer cualquiera de nosotros, aburridos, antes una comida solitaria. Dar forma, nombrar, verbalizar, imaginar, intuir…, hasta llegar a comprender que todo puede ser lo que queramos. Todo.


Eso he intentado con esta receta que sea lo que cada uno de vosotros queráis: un juego de colores, una combinación de colores o simplemente un bocado sano y delicioso.



martes, 5 de enero de 2016

Lo que nos salva


James Rhodes es un concertista de piano de 40 años pero con unas experiencias vitales de una persona de 80 años, por decir alguna cifra. Su historia ha empezado a ser conocida en España con la publicación de Instrumental. Memorias de música, medicina y locura, editado por la editorial Blackie Books con un estupendo criterio.


El libro está compuesto por veinte capítulos, todos ellos con una explicación previa de las piezas de música y los autores favoritos del autor (aquí tenéis la playlist de todas esas obras). En él se desgrana la historia de Rhodes, desde cómo su profesor de música empezó a violarlo con cinco años de edad (y durante cinco años seguidos) hasta cómo intentó suicidarse varias veces, cómo se autolesionaba, cómo se prostituía y cómo vivió en un psiquiátrico durante un año aproximadamente.



Instrumental está escrito con una crudeza insólita, con un lenguaje coloquial y bastante “directo”; no es una novela, quizás unas memorias y, como digo, bastante desabrida.  Se puede pensar que es algo exhibicionista, incluso victimista y es una pena que al final casi podríamos calificarlo de libro de autoayuda: los consejos son excesivos y desmedidos. De todas formas, lo que me interesa del libro es la manera que tiene de utilizar el dolor y el horror para crear algo hermoso. Según Rhodes, uno no es creativo por el sufrimiento vivido sino a pesar de eso.



El autor dice que en la vida de todos hay momentos decisivos que te cambian la vida. Pueden ser positivos y también muy, muy negativos pero te acompañaran para siempre.

Yo tengo claro cuáles son los míos, también que no habrá forma de dejarlos atrás.  Lo que me parece inteligente de Rhodes  (también de otros autores como Joan Didion, Luis Mateo Díez o Gabriela Ybarra, más recientemente)  es la capacidad que tiene para  crear a partir de algo que le ha hecho, le hace y le hará tanto daño. El dolor, el horror y todos esos ratos malos, malísimos, son fructíferos y se pueden aprovechar; eso es lo maravilloso de este libro.



“Allí donde está el peligro también crece lo que nos salva” decía Hölderlin. Nos salva la belleza, lo hermoso, aquello que nos gusta, nos entusiasma y nos empuja a seguir adelante. A mi hay muchas cosas que me salvan: la belleza, el arte, la literatura, escribir, hacer fotos, cocinar, correr, el cine y la música. Todas estas cosas se unen en este blog, así que aquí me tenéis, con más o menos asiduidad, pero siempre al pie del cañón.


No se me ocurría un día mejor para publicar este post, tampoco otra receta. He querido hacer algo original, algo que a un niño pudiera gustarle mucho… , finalmente, creo que no hay un día más lleno de ilusión para un niño que el día de la llegada de los Reyes Magos; así que aquí tenéis un roscón. 



He seguido una receta base, muy parecida a esta de mi compi Bake Street, le ha quedado impresionante, ¿verdad? El mío no es un roscón en sentido estricto, es un pequeño bocado hecho con la misma masa, algo dulce y de una sola pieza para un niño. Una pequeña alegría.